Antonio Papell

El PP, en dificultades

A partir de las elecciones generales de 2015, el bipartidismo imperfecto de que hemos disfrutado desde el arranque del régimen con los mismos o parecidos actores parece haber pasado a la historia

Antonio Papell

A partir de las elecciones generales de 2015, el bipartidismo imperfecto de que hemos disfrutado desde el arranque del régimen con los mismos o parecidos actores parece haber pasado a la historia. PP y PSOE han tenido que compartir sus respectivos espacios políticos con formaciones nuevas, Ciudadanos y Podemos, que han complicado enormemente los abanicos parlamentarios y que han conseguido emerger a pesar de los efectos estabilizadores de la ley d'Hondt, que, de acuerdo con las conocidas teorías de Duverger, favorece el bipartidismo al castigar electoralmente a las opciones secundarias.

Ciudadanos, organización surgida en Cataluña por reacción a los abusos del nacionalismo, ha encontrado finalmente eco en toda España y ha clarificado su posición ideológica al renunciar recientemente a la etiqueta socialdemócrata para abrazar exclusivamente la liberal. Con anterioridad, su líder, Albert Rivera, y el secretario general socialista Pedro Sánchez, acordaron un programa de gobierno que no prosperó (Pablo Iglesias prefirió la continuidad del PP).

Podemos, por su parte, nació como formación transversal, pero pronto Iglesias escoró al partido hacia la extrema izquierda, lo alió con los comunistas siguiendo los consejos de Anguita y, tras cargarlo de ambigüedad territorial, lo ha situado en una situación marginal que deja casi todo el terreno de la izquierda al PSOE.

Estas mudanzas recientes, que afectan a los dos grandes partidos tradicionales, parecían estar remitiendo cuando las elecciones catalanas del 21-D han caído como una bomba en las dos organizaciones, PP y PSOE. En el PSOE, el fracaso de Iceta es grave, pero aparentemente reparable; en cambio, el hundimiento del PP, por mucho que se quiera atribuir a la polarización y al voto útil, evidencia un desgaste muy superior al previsto. Un partido de Estado no puede ser marginal en la región más potente del conjunto, que produce la quinta parte de su PIB.

El PP ha restado importancia a lo ocurrido, ha insistido en el efecto del voto útil estimulado con inteligencia por la candidata de C's, Arrimadas, y ha decidido internamente dedicar 2018 a preparar minuciosamente las elecciones autonómicas del año que viene, designando ya a los candidatos situándolos tempranamente en campaña para asegurar un buen resultado, que sea preámbulo del éxito a que aspira en las generales que previsiblemente tendrán lugar en 2020.

Todo indica sin embargo que este análisis de los populares se ha quedado corto. Es cierto que en Cataluña la polarización ha beneficiado a las formaciones explícitamente nacionalistas y antinacionalistas, pero ello por sí solo no explica el paso del PP al Grupo Mixto del Parlament. Los electores han detectado algunos elementos que el PP debería revisar: la falta de ideas y propuestas en Cataluña, que ha dejado la iniciativa del 'procés' sin respuestas oportunas y poderosas, después de muchos años de ignorar la auténtica realidad de lo catalán desde el Estado; una actitud todavía tibia frente a la corrupción; su incapacidad para entender el concepto de modernización, que hoy es clave en esta anquilosada y aviejada España.

En realidad, el PP no se ha percatado aún de que el sistema que alumbraron meritoriamente PP y PSOE hace cuarenta años está decrépito en varios de sus contenidos esenciales, por lo que necesita una actualización inteligente que le insufle nueva vitalidad, lo cargue de nuevas ilusiones y suscite ante la ciudadanía la sugestión de nuevas y más potentes adhesiones. El PP representa un desarrollismo pasivo, que se vuelve a basar en el turismo y en el ladrillo, que no ha explorado como prometió los territorios de excelencia de un cambio de modelo de crecimiento, basado en una formación más exigente de la fuerza laboral, en un gran consenso educativo, en un refinamiento de los servicios públicos. Y, en lo político, en una reconstrucción del sistema de organización territorial, con la mirada puesta en cercanos modelos de éxito como el alemán.

De poco valdrá que nuevos líderes populares, bien adiestrados, recorran los púlpitos para una campaña electoral sin precedentes si el mensaje no encaja con las expectativas de una mayoría cada vez más amplia de españoles.

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