Ramón Pérez Montero - OPINIÓN

Pinturas

Se abrió así el camino para que pensáramos la perfección como contraria a la corrupción y viéramos a la naturaleza de forma normativa

Ramón Pérez Montero
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No todos los días se te presenta la ocasión de asistir a una clase magistral de arte rupestre impartida por uno de sus más reconocidos especialistas en el mismo lugar donde la obra fue llevada a cabo unos diez mil años atrás. No desaproveché pues la oportunidad de visitar la cueva del Tajo de las Figuras tras los pasos del doctor Martí Mas Cornella, profesor del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED, quien ha hecho de este lugar santuario de su labor investigadora.

Encarando un levante que agitaba feroz los recios alcornocales que rodean el enclave, ascendimos hasta la milenaria caverna que pisaron en su día los pies descalzos de nuestros antepasados tras la palabra docta de nuestro guía.

Palabra docta y apasionada. Porque Martí no sólo conoce estas pinturas hasta sus más mínimos detalles, sino que demuestra además su amor intelectual por el objeto de su estudio en su entusiasta forma de describirlo. Haciendo especial hincapié en la necesidad, por parte del investigador, de no dejarse seducir por la imaginación, sino de limitarse a interpretar sólo lo existente.

La más atractiva, la secuencia del ciclo natural de la vida de los cérvidos: berrea, apareamiento, lactancia de las crías. A partir de ello imagino (a mí como profano sí se me está permitido imaginar) que tal vez los seres humanos comenzáramos a ver por vez primera el mundo de la manera en que lo sugieren estas imágenes, aunque sin abolir todavía el emplazamiento seguro del individuo en el mundo que sí consiguen el cine y la televisión en nuestros días.

Me refiero a la posibilidad de fijación de una semántica que más tarde se haría universal con la invención de la escritura. No digo que la escritura encuentre su origen en la pintura rupestre, sino que esta facilitó el desarrollo de las primitivas capacidades psíquicas, cognitivas y sociales que alcanzarán su máximo rendimiento comunicativo humano con la escritura. De aquí brota la reflexión sobre el tiempo que ya se había venido produciendo en la narrativa oral, pero que ahora, como muestran las pinturas del Tajo, puede quedar plasmado visualmente en su propio fluir. Al espectador de las imágenes pictóricas se le ofrece la posibilidad de observar la observación de otro, es decir, de reflexionar sobre el sentido paradójico de un tiempo que fluye a la vez que permanece en su carácter cíclico. Las pinturas rupestres no ofrecen tanto información como comunicación.

Pienso que con las formas pictóricas se captaron simbólicamente (en el sentido luhmanniano de volver alcanzable ‘lo ausente como presente’) los movimientos naturales en busca de un fin a modo de estado de perfección. Primer paso hacia las formas semánticas sociales orientadas a fines que encontrará su culminación en la interpretación teleológica. Es decir, quedan modelizadas como informaciones desde la perspectiva de lo que significan para la consecución exitosa (o no) de ese fin. En este caso la caza que aseguraba la supervivencia. Se abrió así el camino para que pensáramos la perfección como contraria a la corrupción y viéramos a la naturaleza de forma normativa, tal y como más tarde nos enseñaría Aristóteles. Cuando el Estagirita se pregunta por el ser del tiempo en su Tratado de Física no hace sino continuar en un texto escrito la conformación temporal que la misma escritura trajo consigo, pero que pudo haber comenzado en las paredes de las cuevas en el mismo proceso que, desde la figuración hasta la abstracción, quedó plasmado en ellas.

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