Ramón Sánchez Heredia - OPINIÓN

El pichoncito de Jerez

En pleno siglo XXI, podemos ver que la educación está preocupada más en mal entendidos que en la educación de valores

Ramón Sánchez Heredia

Esta es una historia narrada desde Jerez de la Frontera hacia finales del siglo XIX. Lo escribe en una carta la madre Antonia, Fundadora de las Oblatas del Santísimo Redentor, a su Maestra de Novicias. Narra que tenían en Jerez una familia de palomos a los que daba de comer cotidianamente. Un dia se dio cuenta de que había uno más. Había llegado uno nuevo que se refugió en esta familia de palomos. Era una cría con restos de cuerda de haber estado atada por su patita que la tenía hinchada. También le pasaba algo parecido a una de sus alas lesionadas de la misma forma. Reflexionaba la madre Antonia sobre cómo cuando se le quitaban los restos de ataduras al pichón, asustado, trataba de defenderse. Aleteaba de forma contundente para que lo soltasen, cuando lo que estaban era intentando liberarlo y sanarlo.

Ella compara este suceso con las chicas con las que trabajan en esa congregación. La fundación, realizada por la Madre Antonia María de las Misericordía y el padre José María Benito Serrat, se realizó para actuar con sensibilidad en los círculos de las víctimas del ejercicio de la prostitución de esa marginación y de esa exclusión en que se encontraban. Ellos, viniendo de esferas altas de la sociedad, la Corte, por su visión cristiana quisieron acompañar y establecer apoyos para romper con esa esclavitud y toda la marginación en la que se encontraban estas mujeres en el siglo XIX.

Hoy en el siglo XXI la congregación sigue trabajando en un tema que ha crecido enormemente, pues el negocio de la prostitución mueve grandes cifras de euros. Dinero que no se queda en las mujeres y que ha sido ampliado con las redes de trata de seres humanos.

Hay que comprender que esta carta está escrita hace más de un siglo, pero que marca una pedagogía del amor, con una gran sensibilidad. Una carta que refleja lo difícil que es romper las cadenas, señalando que antes que nada hay que conocer la realidad de estas personas, su historia, qué les ha marcado, el trato de sensiblidad y cariño, siendo rotundos en que «no castiguen nunca» sino que reprendan con «con bondad y cariño». Como se indica en esta parábola, hay que acoger a los nuevos pichones, darles cariño, con cuidado e ir quitando las ataduras o cadenas con mucho amor. «Id contando poco a poco los hilos con suavidad, sin herir la parte enferma». En resumen, acogerlas y acompañarlas simplemente con amor.

Sorprende esta metodología, reitero, de hace más de un siglo, con la postura que ha mantenido y desarrollado la sociedad hipócritamente pues ha progresado como negocio la prostitución pero a la vez marginando y excluyendo a las mujeres que la han ejercido. Pero sin embargo no ha reprobado a los que han mantenido estos negocios, a las mafias que se lucran y crecen, y sobre todo al «cliente». Si no hubiera esta demanda no habría montadas estas relaciones económicas, este mercado, que quita la dignidad de ser humano, que esclaviza y que genera muchos otros problemas de diversa índole personal.

En pleno siglo XXI, podemos ver que la educación está preocupada más en mal entendidos pragmatismos que en la educación de valores. Ha dejado un gran vacío. Es el todo vale. Me refiero, en estos momentos, no estrictamente a los valores cristianos sino a los valores de la Declaración de los Derechos Humanos, concretamente en su artículo 4 «Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas». Ejemplo sobre ello, es el artículo publicado 26/08/2017, en ABC, titulado «La prostitución es vista como ocio por los jóvenes en sus noches de fiesta». La Familia Oblata, formada por religiosas y laicas, sigue trabajando en estos entornos muy duros, dando luz y dignidad a seres humanos a los que la sociedad sólo da hipocresía y exclusión.

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