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Es la forma más dulce y cálida de expresas ese imprescindible agradecimiento

Antonio Ares

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Si existiese a nivel mundial una Academia de las miles de lenguas y dialectos que se hablan en este babélico planeta, si un grupo de personas expertas en lingüística y filología pudiesen elegir las palabras más bonitas de todos los idiomas que son, fueron y serán, seguro que entre las primeras estaría la palabra portuguesa ‘obrigado’. Es la forma más dulce y cálida de expresas ese imprescindible agradecimiento más allá del rutinario gracias o del rotundo ‘thank you’.

He de reconocerlo, Portugal y su capital Lisboa me pierden. Tienen ese embrujo que colma de nostalgia cualquier escapada, que te obliga a volver rememorando la gratitud de sus gentes y la amabilidad melancólica de su saudade. Otra vez no pudo ser, y esta vez fue en la capital lisboeta, y ya van muchos años. Ni porque cogiésemos esas melodías entrañables que trascienden las notas musicales. Eurovisión sin Uribarri ni Iñigo son otra cosa.

La pena es que nuestro trozo de Iberia no mire con insistencia al oeste. Hartos de mirar al norte, tomando como modelo la austeridad luterana o el rigor flemático anglosajón, nos hemos olvidado de lo que tenemos al lado. Envidia, aunque no se sana, es lo que debemos tener de nuestros, hasta ahora, hermanos pobres de territorio.

El milagro portugués no consiste en esa aparición milagrosa en Fátima, que a tres pastorcillos, Lucía, Jacinta y Francisco, aconteció a principios del siglo XX. La devoción mariana se ha tornado en milagro económico y en un resurgir desde lo más profundo de una crisis que se llevó por delante economía, empleo y esperanzas.

La fórmula para salir del furgón de cola, en el que se encontraba desde hacía muchos años ha sido no proponer austeridad y recortes, sino todo lo contrario. Su gobierno de coalición supo que la solución estaba en dinamizar la economía, y para ello propició el aumento de los paupérrimos salarios. Lejos de producir el caos financiero de las empresas, éstas empezaron a aumentar la producción, aumentó la recaudación fiscal y las cotizaciones a la Seguridad Social crecieron. A ello se le ha sumado el descubrimiento de un turismo internacional que acude a Portugal atraído por su paisaje, por su cultura, por su gastronomía, por sus gentes, por su forma laboriosa y sin estridencias de entender que con el esfuerzo de todos se pueden conseguir grandes metas. Su imagen internacional ha pasado del ostracismo a la pertinencia, y su presencia en foros de los principales organismo internacionales es más que constatable.

Para sorpresa de todos, un pacto de la denostada izquierda con los verdes ha sido capaz de en poco tiempo obrar el milagro. Nada de corrupción, ni de nacionalismos rancios. Nada de protagonismos partidistas ni de intereses de cortas miras. Sólo con esfuerzo y con el único objetivo de mejorar la vida de «todos» los portugueses se ha conseguido reducir el paro hasta cifras de casi pleno empleo, aumentar la renta per cápita y conseguir que la bonanza se reparta a partes iguales.

En contraste, nuestro anquilosamiento, nuestra nula presencia en foros internacionales, nuestra parquedad a la hora de decidir entre el bien común y el particular. Nuestros paisanos portugueses nos provocan sonrojo, aunque nos cueste reconocerlo. El motor de su economía es el esfuerzo de su pueblo y la sensatez de sus dirigentes que toman decisiones, que no escatiman trabajo en conseguir el fin último, que es la felicidad de su ciudadanía.

¡Muito obrigado!

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