Francisco Apaolaza

Los muertos de España

Tiene España un don para tirarse los muertos a la cara. A cada deceso de una persona conocida, al español le brota una oportunidad íntima de reclamación o de venganza

Francisco Apaolaza
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Tiene España un don para tirarse los muertos a la cara. A cada deceso de una persona conocida, al español le brota una oportunidad íntima de reclamación o de venganza. Se supone que este impulso de hacer justicia con la muerte de otros se debe a que no hay noticias de que se pueda hacer justicia, ni nada, después de la muerte propia. Un muerto en una caja es una ocasión de quedar mal, de perderse por la boca, de caer en el impulso desmesurado de la exaltación y hacer una tontería. Por algo, los tanatorios y los bares de borrachería son dos de los sitios en los que más se mete la pata, aunque les sigan a escasa distancia las cenas de la oficina en Navidad.

Es notable que, en cambio, los bares de borrachería que están dentro de los tanatorios siempre valen la pena.

Ayer le tocó a Rita Barberá el turno de irse al otro barrio, que es un paso que tenemos que dar todos algún día, aunque su caída, por trágica que fuera, como todas, tuviera cierto interés acrobático. Primero, porque el final físico y el final político venían de la mano, como si hubiera muerto de pronto en todas las esferas; un final sinfónico. Segundo, porque murió olvidada, atrincherada y sola en un hotel de lujo, que es como mueren las estrellas del rock. Y después de declarar ante el juez, que así se palma en películas. Tuvo ese toque cinematográfico: una renegada a la que no cogerían viva. Recuerdo a Rita Barberá como una diosa del exceso proclamando cosas con esa voz metálica, honda y masculina, como de altavoz de manifestación, una voz que siempre se me antojó hecha de los lamentos de cien mendigos. Es también una parte de la historia de España que aún no hemos asimilado, aunque lo que piense yo tiene poca importancia ya. Lo peligroso es valorar al fallecido en caliente, probar cómo le queda a uno el duelo.

España siempre se está probando la realidad para ver cómo le queda el traje y allá van los de Podemos a quedar como Cagancho en La Línea y a marcar el arbolito de la señora Barberá. Qué feo irse de cualquier minuto de silencio y qué ocasión perdida de demostrar algo de grandeza, que es una cosa que siempre se prueba con el contrario. Quizás el empeño adanista de Podemos de poner a cero el Regimen del 78 incluya dinamitar las mínimas normas de educación. El gallinero de las redes alimentado por Villalobos Desencadenada, quien achacó a «los tuiters» haber condenado a muerte a la senadora, resulta lamentable. Preguntado por el deceso, Pablo iglesias nombró incluso a la anciana de Reus muerta por el incendio de una vela que usó presuntamente para calentar la casa, pero está mal comparar a los fallecidos. Cualquier muerte es triste, incluso para quien crea que Barberá fuera una suerte de Pandora, causante y musa de todos los males de los hombres. Incluso cuando se dice: «bien muerto está» del asesino, también se dice demasiado. Nadie está bien muerto, o quizás lo estemos bien todos, porque si no aquí no se cabría de tanta gente. El conjunto resulta un despropósito. Ha acertado su familia al pedir que no acudan a los actos fúnebres representantes políticos de cualquier color. Los muertos y la política no se llevan bien. Por algo, después de un deceso se guarda un minuto de silencio. Debería durar más.

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