Ramón Pérez Montero

Modestia

Ha sido mucho lo que nos han dado el conocimiento científico y el consecuente desarrollo tecnológico

Ramón Pérez Montero
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Es propio del ser humano el arrogarse el papel del niño en el bautizo, el del novio en la boda y el del difunto en el entierro. Normalmente utilizamos esas capacidades que supuestamente nos regala nuestra conciencia más para engañarnos a nosotros mismos que para situarnos en el lugar que verdaderamente nos corresponde. Nadie sabe exactamente lo que somos, pero lo que es seguro es que ni estamos en la cúspide de la evolución ni podemos pensar que nuestra inteligencia garantizará nuestra existencia.

De producirse una catástrofe global en el planeta (un holocausto nuclear o el impacto de un asteroide, por citar sólo dos ejemplos) toda la vida compleja desaparecería en poco tiempo, mientras que para las bacterias apenas sería una epidemia de gripe.

Bacterias que, dicho sea de paso, nos llevan algunos cientos de millones de años de ventaja en este duro oficio del vivir. Necesitamos con urgencia una cura de humildad.

Ha sido mucho lo que nos han dado el conocimiento científico y el consecuente desarrollo tecnológico a partir de la llamada Revolución Industrial. Pero también han contribuido ambos grandemente al diseño de un mundo muy inteligible del que nos sentimos creadores omnipotentes. Estamos convencidos de que nos movemos impulsados por la fuerza de nuestra propia voluntad, de que disfrutamos de la libertad que nos da nuestra capacidad de libre albedrío y de que, conjuntando ambos poderes, podremos resolver cualquier problema que el futuro nos vaya planteando. La realidad es que estamos haciendo trampa.

Vivimos en un universo regido por las leyes de la termodinámica. La investigación y el desarrollo tecnológico no dependen de nuestra voluntad sino de la cantidad de energía que tengamos a nuestra disposición para llevar a cabo esos trabajos. Como nos vemos diariamente urgidos a resolver los problemas que nosotros mismos nos vamos creando, y como las fuentes de energía a nuestra disposición nos resultan siempre escasas, optamos por robarles a las futuras generaciones la energía que van a necesitar para vivir. Estamos robando en la despensa de nuestros nietos y cuando ellos lleguen se la van a encontrar vacía. Eso sin contar con los daños irreversibles que le estamos ocasionando al planeta. No parece que el GPS de nuestro sistema cognitivo humano nos esté llevando por el mejor camino.

Existe en la actualidad una corriente científica, muy bien fundamentada en la astrofísica y con un poderoso componente matemático, que afirma que el universo temprano y nuestro cerebro comparten la misma organización, comprenden la misma información cuántica y, en base a ello, tienen experiencias conscientes similares. Es decir que el universo también tiene consciencia de sí mismo al igual que nosotros. Esto resulta difícil de creer, pero si la conciencia emerge a partir del procesamiento de un determinado número de cubits en nuestra tubulinas cerebrales, no considero que la idea ande demasiado mal encaminada.

De ahí se seguiría que si el universo es consciente (sea lo que sea lo que esto signifique) de que debe mantener cierto orden en el procesamiento de la información cuántica que le permite existir, tal vez esa misma conciencia global sea la que le ponga un límite al desarrollo de las conciencia locales, como la nuestra, que él mismo crea. Así cuando la vida inteligente sobrepasa el umbral crítico de consumo energético exigido por el continuo incremento del desarrollo de esa civilización, esta se condena a sí misma a su extinción. Se trataría de un mecanismo universal de control de la entropía del sistema.

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