Montiel de Arnáiz

Luisa

Desde que falleció su marido por culpa de la asbestosis, por mor de la ignorancia, Luisa ha llevado la casa adelante como ha podido

Montiel de Arnáiz
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Luisa se alza grácilmente sin despertador ni rezo a las ánimas benditas. Toda su vida se ha levantado a la misma hora, esa en la que el sol pertenece aún al otro lado del mundo. Mira el hueco frío en su cama, vacía de esposo y de amor desde hace tres años, y luego a su mano derecha, ajada y triste, con dos coronas de oro: ambas mitades de la naranja. Deslizándose por el pasillo con babuchas invisibles que no despiertan, se asoma al dormitorio de Luis y de Pablo, que parecen agotados entre sueños de futuro, o sea, de juventud. Un ligero ronquido hace que siga su camino, con próxima parada en la estación de la cocina.

En el café no ve señales del porvenir y apenas gotas de leche barata de vaca más barata aún pero cuando el oscuro líquido cruza su plexo solar siente despertar la parte oculta de su alma.

La mujer abre un armario ilustrado por pegatinas de series de televisión de otro tiempo y saca su uniforme. Se despoja del camisón y se arregla. Seis y veinte. Desde que falleció su marido por culpa de la asbestosis, por mor de la ignorancia, Luisa ha llevado la casa adelante como ha podido, refugiándose de la crisis e intentando que los mellizos no notaran el agujero en la bolsa de la vida y se echaran a la calle a torcerse, que fueran sanos y jugaran al fútbol y sacaran sus cursos adelante año por año y lograran la beca que les diera oxígeno. Toma la llave de casa y traza un giro de muñeca que abre su puerta.

Las calles amanecen húmedas de rocío y de llanto, y ella las cruza con determinación, esclava de un destino quizás autoimpuesto hasta alcanzar su lugar de trabajo, donde saluda a Eulogio, el portero, que parece no haberse acostado aún. «Hoy viene el coletas», le dice, pero a ella le da igual todo, no entiende de coletas ni de otra cosa que no sea sobrevivir; ella no arma una maleta con libros y se va a vivir un sueño: Luisa sólo anda al horizonte sin mirar atrás, por si las Medusas. Sus hijos aún duermen.

Luego los verá, cuando vayan a la facultad a apoyar a su líder.

Ver los comentarios