Francisco Apaolaza

Los lobos, el miedo y la envidia

España se comporta en ocasiones como si condujera en un atasco

Francisco Apaolaza

España se comporta en ocasiones como si condujera en un atasco. Me lo dijo ayer de Twitter Fernando Gomá que es un poco notario y otro poco personaje de una novela de caballería. A veces resuena esa España inmemorial del garrotazo que pintó Goya como si la hubiera dejado suspendida en el aire y aún resonaran los tiros de los fusilamientos del Dos de mayo. Algunas obras de arte lo son porque siguen estando vivas. Siguen siendo verdad. Esa penumbra nos persigue como la sombra de un país que se acecha a sí mismo; es pólvora, es sangre y es látigo. España, que a veces es un rayo, camina a tientas entre una claridad deslumbrante y el cuchillo de su propia miseria. Un monstruo amenaza desde los altillos polvorientos del odio. Ahí, al fondo duerme una bestia que despierta con la felicidad ajena. El triunfo en España siempre está amenazado, siempre está acosado, siempre se termina por cobrar. En el país de la tapa servida con la cerveza, el éxito se paga doble. Entre la oscuridad de la linde del bosque se iluminan aquí y allá los ojos fluorescentes de los lobos: se presiente la rabia de los que no han sido, de los que no lo han hecho, de los que no serán. Siente uno que están ahí y sabe que tarde o temprano llegarán a rodearle. Casi se presiente su rabia callada, su plan para derribar a la presa. A veces casi se nota su respiración caliente, su hocico húmedo de babas en las pantorrillas.

Los lobos son los enemigos de lo hermoso, son los portadores de la envidia que cruza España desde el Cantábrico al Peñón como un río subterráneo de lava. La España de la marca roja de la bofetada en la cara, la de ‘ya te cogeré’. La España cainita, donde sucede el éxito como un milagro, está sostenida por el andamiaje mediocre de tipos que nunca se han equivocado porque nunca han hecho nada, que temen al que vale, que contratan al medianito no sea que les haga sombra y que se rodean de otros aún peores que ellos, que premian al agresor por miedo a enfrentarse a él, que crean y sostienen una superestructura fractal de fracasos, un mapa de la desidia en el que nadie se atreve a moverse, a destacar, a hacer. Este es uno de esos lugares en el mundo en el que desechan a un candidato a un puesto de trabajo porque «es bueno».

Después esa misma gente pide meritocracia en la designación de cargos en política y en las instituciones. No se dan cuenta de que ellos son el problema y la parte de la clase política que critican, su propio reflejo. Comparada con esta, la España de Larra era un parque de bolas. Escucha uno anécdotas que suceden día a día y la manera en la que la bestia se manifiesta en empresas e instituciones y resulta milagroso que en este país haya carreteras transitables, hospitales, qué se yo, peluquerías, cafeterías con cafés con leche, tiendas de móviles, lo que sea. En cualquier ámbito, sobrepasado determinado nivel de gestión, la mayor parte de las energías se dedican a sobrevivir, a no molestar, a mantenerse ante las agresiones del enemigo. El enemigo mayor suele estar dentro. Cualquier empresa en este país es un camino heroico en contra de resistencias de todo tipo. España es un milagro y, de todos sus enemigos, los peores son el miedo y la envidia.

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