Adolfo Vigo

Humilitas occidit superbiam

En muchas ocasiones, en ese afán de creerse que ellos mismo encarnan a toda la organización se olvidan de la necesidad de escuchar a los que tienen por debajo

Adolfo Vigo
CÁDIZ Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La humildad mata a la soberbia». Según la RAE, la palabra «humildad» se define como «la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades en obrar de acuerdo con este conocimiento».

Esta palabra proviene del latín ‘humilitas’, que significa «pegado a la tierra». Es una virtud moral que posee el ser humano en reconocer sus debilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo. De este modo mantiene los pies en la tierra, sin vanidosas evasiones a las quimeras del orgullo. Frente a esta virtud tenemos a la «soberbia», que no es más que «la satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás, o lo que es peor, una altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros».

Y es que, en muchas ocasiones, hay dirigentes de algunas organizaciones que se pierden en los recovecos de la soberbia, olvidándose de la humildad propia de sus puestos a la hora de gestionar las mismas. En muchas ocasiones, en ese afán de creerse que ellos mismo encanan a toda la organización se olvidan de la necesidad de escuchar a los que tienen por debajo, a respetar a los que gracias a sus votos le permiten al dirigente soberbio estar en el puesto que ocupa.

Hay momentos en los que el soberbio pretende ser el centro del mundo. Llegando, incluso, a caer en el despotismo de Luis XIV, que se vanagloriaba en su monarquía absolutista de ser él el Estado. Ahí, la persona se cree el epicentro del sistema de la organización que le rodea, llegando al error de entender que el que no opine igual que su déspota majestad se encuentra en contra de él.

Ya lo dijo Santo Domingo de Guzmán: «Tened caridad, conservad la humildad, poseed la pobreza voluntaria». Y es que sin humildad, sin caridad y sin la pobreza voluntaria, se podrá estar al frente de cuantas organizaciones se quiera pero la gestión que se realice en las mismas será siempre contraria a las necesidades de las mismas y más cercanas al ego personal del que toma dichas decisiones.

Esta obcecación a la hora de caer una y otra vez en la soberbia en muchas ocasiones obedece a un desconocimiento total de la persona sobre sí misma, ya que como decía la misma Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, «la humildad procede del conocimiento que tiene el alma de sí misma». Y es que sin conocimiento del propio alma como se puede pretender gobernar a cientos de ellas.

En determinadas ocasiones en su ceguera absoluta el individuo tiende a crearse una propia realidad alejada totalmente a la que le rodea. Deja de mantener los pies en el suelo debido a los propios efluvios de su soberbia y en ese caso deja de tener como referencia a la humildad, esa misma que Santo Tomas de Aquino calificaba como «la virtud que regula la tendencia del hombre a exaltarse por encima de su propia realidad».

Con esto me refiero a Pedro Sanchez y a su falta de humildad a la hora de pactar para llegar a un acuerdo y dotar a este país de un gobierno sin tener que obligarnos a acudir nuevamente a unas terceras elecciones por culpa de su soberbia, la cual le hace estar sordo a lo que, incluso, miembros de su partido, afiliados y barones, le aconsejan hacer.

Si no a quién me iba a referir…

Ver los comentarios