OPINIÓN

Érase una vez

«Este país es un país de grandes crímenes; cada generación ha tenido el suyo»

El crimen del niño Gabriel ha compungido a los ciudadanos españoles. EFE
Yolanda Vallejo

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Dicen que después del temporal, llega la calma . Y es sólo con calma cuando se pueden evaluar los efectos de la resaca, analizar de manera objetiva los daños ocasionados, y las actuaciones que se hayan podido llevar a cabo. No, no le estoy hablando de Emma, ni de sus hermanos pequeños Félix y Giselle , porque el temporal que más nos ha sacudido en las últimas semanas tiene nombre y apellido de niño, y todos los ingredientes necesarios para alimentar la carroña de la España más profunda, que cada cierto tiempo regresa para decirnos que nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos, y en muchas ocasiones, hasta peores.

Porque a pesar de lo que dicen las estadísticas, este país es un país de grandes crímenes. No hace falta irse muy lejos, ni siquiera a esa publicación genuinamente hispánica que durante años proporcionaba, con todo lujo de detalles, el relato de los casos más truculentos.

Somos un país de grandes crímenes, quizá no estadísticamente, pero sí sentimentalmente, porque cada generación ha tenido su crimen –pasional, como casi todos- , su sacudida en las entrañas, su particular cuento de brujas y de ogros.

El crimen de los Urquijo, los Galindos, el asesino de la catana

El de mi generación fue el crimen de los marqueses de Urquijo, cuando aún coleaba el de Los Galindos ; aunque nuestra juventud estuvo marcada por Puerto Hurraco, y si la alargamos un poco, por el crimen de Alcáser. Cuando nacieron mis hijos, dos adolescentes en San Fernando buscaron su minuto de cuento ensañándose con su mejor amiga, y un joven, que apenas era un niño, con una catana puso los focos del horror en el dormitorio de sus padres.

Pero el crimen de su generación, de la de mis hijos, fue el de Marta del Castillo , que los enfrentó directamente con el mal, y que los tuvo pegados a las noticias coleccionando terrores nocturnos en la esperanza de un final feliz que nunca se produjo. Viéndose cara a cara con la España negra.

La España del duelo a garrotazos, la España carpetovetónica, la España de Galdós, que manejaba como nadie la técnica del folletín, y que sabía que el gusto del público se alimentaba de sangre y de amores desautorizados, la España de Lorca , que encontró en los titulares de un periódico el argumento de Bodas de sangre.

La España que se escandaliza hipócritamente estos días por el tratamiento que los medios de comunicación han dado al crimen del pequeño almeriense, cuyo desarrollo ha reproducido, paso a paso, la estructura de las novelas por entregas con las que se entretenían nuestros abuelos. No hay nada nuevo bajo el Sol, y no me cansaré de decirlo. Porque de madrastras perversas están llenos los cuentos de hadas con los que conformamos nuestra configuración del bien y del mal. Lea a Vladimir Propp y déjese de finales políticamente correctos. Hansel y Gretel, Blancanieves, la misma Caperucita entregada al lobo por su propia madre.

El crimen de Gabriel ha sacado lo peor de nosotros

El crimen de Gabriel Cruz , por mucho que nos haya conmocionado, formará parte de esa lista. Y así nos lo han contado. No creo que la prensa deba culpabilizarse por narrar lo que antes, otros ya narraron . La construcción del relato venía dada por los acontecimientos, y el nivel de truculencia era proporcional a la información que se daba.

Las redes sociales son las barras de los bares de hace veinte años, son los almacenes de hace cincuenta, son los gabinetes de lectura de hace cien, son la plaza mayor de hace quinientos años. Lo único nuevo es el falso escándalo de una sociedad que se jacta de decir que no es racista, que no es xenófoba y que es integradora, mientras condena a una asesina confesa, añadiéndole los agravantes de su color de piel y de su origen, como si esto hubiese determinado su despreciable acción. «Que la despellejen viva», «que la manden a su país», «que se pudra en la cárcel», «que impongan la pena de muerte», «que le hagan lo mismo que ha hecho ella»…

Sintiéndolo mucho, no puedo estar de acuerdo con la madre del pequeño almeriense , por mucho que su actitud haya añadido el punto de ternura que le faltaba a este cuento. Su muerte, la injusta e innecesaria muerte de Gabriel, no ha servido para demostrar lo mejor de nuestra sociedad ; muy al contrario, ha vuelto a sacar lo peor de cada uno de nosotros, y además, de una manera brutal y desalmada, enfrentándonos de nuevo a nuestros peores instinto s. En la calle, en las tertulias, en los mentideros políticos; incluso en el congreso de los Diputados, donde la tensión se elevó muy por encima de los límites admisibles.

Ana Julia Quezada , la madrastra que actuó guiada por «una malvada voluntad dirigida especialmente a asegurar la comisión de su macabro plan criminal»; la mujer que carece de sentimientos y de humanidad, la que cuando se miraba en el espejo mágico solo veía obstáculos, la que ha tenido a este país pendiente de cada uno de sus movimientos, es la bruja del cuento. Lo tiene todo. Un pasado borroso, un presente inquietante y un futuro truncado por su propia maldad, y un efecto catártico en un pueblo que sigue ávido de crímenes, de violencia y pasión, de sangre y de niños que desaparecen.

Desgraciadamente, cuando menos nos demos cuenta, la historia de Gabriel Cruz, será un capítulo más de esta historia interminable . La historia de la humanidad.

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