José Landi

Se van a enterar

Los gaditanos, con agujetas, vuelven a levantar los brazos y echárselos a las sienes

JOSÉ LANDI

Un día, los gaditanos se despertaron y descubrieron, con esa desolación del amanecer, que su sacro Carnaval no le gusta a todo el mundo. Una revista satírica lo calificaba de «brasa». Aún con legañas y en pijama se llevaron las manos a la cabeza. Resulta que su asombrosa muestra de cultura, su milenaria exhibición de sabiduría, no atrae a todos. Esos mismos gaditanos, mientras se secan las lágrimas, cumplen con su ritual matinal: otra sesión de danza maorí, seguida de un vídeo de castellets y su ración diaria de aurresku. Poco más tarde, esos asombrados habitantes involuntarios del Sur del Sur se topan con la enésima parodia de Sergio Ramos. Le pintan como a un paleto verborreico que se mete en todo y viste fatal, para bochorno de su gremio. En todas las plantillas (de cualquier sector) en toda España abundan los pensadores y los intelectuales. Por eso se meten con él, destaca sólo por ser andaluz. Los gaditanos, con agujetas, vuelven a levantar los brazos y echárselos a las sienes. A ver si va a resultar –no creo– que nos tienen por epítome del borrico iletrado, barriobajero e indolente. A ver si el Norte nos mira mal. Duele la sorpresa. Aquí se juega.

De repente, una mañana cualquiera, descubrimos que quizás nos tienen por menos, que nos desprecian de forma genérica, a nosotros, que nunca despreciamos a nadie, menos a un moro, un sudaca o un chino ¿Los catalanes no nos quieren? ¿Somos el colmo de la españolidad? ¿No conocen nuestro glorioso pasado? ¿Tanto les importa nuestro largo presente? Igual empezamos a sospechar de los madrileños que nos invaden en verano (sabemos cómo aprecian los visitantes a los visitados, ingleses en Magaluf, alemanes y Grecia, norteamericanos y Caribe...). Igual se contagian vascos, gallegos, manchegos... A ver si va a estar extendida esa idea que, con dolor, acabamos de tragarnos de buena mañana, como la pastilla de la tensión. Poco después, se presenta la ocasión de elegir a unos trabajadores para que nos hagan esa reforma en casa y entre los candidatos, abulenses y gaditanos, elegimos a los primeros porque seguro que saben, que cumplen con horario y tarifa pactados. Aún ardiendo de cabreo, nos planteamos, con el café, qué hacer para combatir la afrenta, el insulto que generaliza con nosotros, que nunca generalizamos con nadie ni gritamos Cádiz, Cádiz, que jamás nos burlamos de nadie, ni presumimos del lugar en el que nacimos ni de la naturaleza regalada, que jamás desconfiamos de nosotros.

Ya está. Lo tenemos. Haremos una campaña con Diputación y otra con la patronal para terminar con tanto cliché burdo. Que si vagos y paguita, que si paro y fracaso escolar. Lo que importa es lo que piensen los demás. Además, decididos a romper de una vez, lanzados, escribimos cada uno tres pasodobles y dos popurrises. Esto es una revolución. Se van a cagar.

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