Yolanda Vallejo

El discurso del método

Para hablar del fracaso de la Educación en España no hace falta recurrir a los resultados de los manidos informes Pisa, ni siquiera es necesario leer las miles de estadísticas que se publican, con el único y siniestro objetivo de ponernos el cuerpo malo, antes de cada inicio de curso

Yolanda Vallejo
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Para hablar del fracaso de la Educación en España no hace falta recurrir a los resultados de los manidos informes Pisa, ni siquiera es necesario leer las miles de estadísticas que se publican, con el único y siniestro objetivo de ponernos el cuerpo malo, antes de cada inicio de curso. No; para hablar del fracaso de la Educación, basta con echar un vistazo a la situación política del país y asumir que de tales astillas, tal palo –el orden del refrán, en este caso, no altera el producto. Así se explica que siempre vayamos a la cola de Europa, no solo en resultados académicos, sino en la adquisición de destrezas tan básicas como las cuatro reglas, la comprensión lectora y la expresión oral.

Una horita escuchando a sus señorías es suficiente para comprender el efecto devastador de la LOGSE, –incluyendo sus variantes LOCE y LOE– en la educación española. Es muy sencillo; si a los trescientos cincuenta diputados no les salen ni las cuentas, ni las palabras, no vamos a pretender ahora que nuestros jóvenes salgan de la escuela hablando dos idiomas, y resolviendo ecuaciones diferenciales. Pero como la única ley que nos ampara es la de Murphy, pues ya lo sabe, no hay situación que no pueda empeorar, y si algo puede salir mal, saldrá aún peor.

Lo veremos a partir de mañana, en las mejores salas, como se decía antes. Porque mañana comienza el curso escolar –ya lo sé, estaba usted deseándolo– y la LOMCE quedará implantada al cien por cien, o eso dicen. Porque tal y como está el patio del tío Monipodio, no me atrevería a decirlo muy alto. En cualquier caso, mañana comienza un curso raro. Y más raro aún, el que dará inicio el próximo jueves, cuando los alumnos de la ESO y los de Bachillerato se enfrenten al vacío, después de que, con alevosía –más que con nocturnidad– el pasado 30 de julio se publicara en el BOE el Real Decreto que regula las evaluaciones finales de Educación Secundaria Obligatoria y de Bachillerato; es decir, las temidas reválidas a las que nadie se atreve a poner nombre, unos por sonarle a rancio y otros, por no querer reconocer que hacía falta que corriera el aire en los procesos selectivos de acceso a la Universidad. Porque la LOMCE no es una mala ley, –lo que era pésimo era el ministro que la abanderaba, y de cuyo nombre prefiero no acordarme–, incluso me atrevería a aplaudirle algunos de sus apartados, como la eliminación –por fin– del Conocimiento del Medio o la incorporación transversal de los contenidos de la mal interpretada Educación de la Ciudadanía al resto del diseño curricular. La Educación se nos estaba yendo de las manos, con el buenismo de la LOE –una ley que parecía que la habían redactado en Barrio Sésamo– y se hacía necesaria una reforma integral de los planes de estudio.

Ahora bien. De ahí al engendro que se sacó de la chistera el ministro Wert –al final, lo dije– y que fue aprobado, aprovechando una de las mayorías absolutas del Partido Popular, y sin apenas debate parlamentario, va un trecho tan grande como el desierto que atravesarán nuestros jóvenes este curso que ahora empieza. Eso, sin contar que nuestra Comunidad Autónoma –como otras doce, no somos los únicos– va por libre, y aunque la ley es la ley, «no hay problema», porque como ha dicho la consejera de Educación, Adelaida de la Calle, la comunidad cuenta con «autonomía para mantener los mismos modelos llamándose reválida en vez de selectividad». Lo que no parece saber la consejera es que, se llame como se llame, hasta el 30 de noviembre tiene el gobierno en funciones para desarrollar los contenidos de la prueba, lo que sitúa a los profesores y a los alumnos en un terreno de incertidumbre y de indefensión tremendos, sin saber a qué sistema acogerse o qué materias serán susceptibles de examen, o cómo demonios se van a hacer las ponderaciones, si es que estas van a seguir existiendo.

Volvemos al mismo discurso de siempre. Al discurso de un método kafkiano donde los políticos se meten a educadores, y los educadores se convierten en gladiadores de un circo de alumnos desmotivados y de padres muy cabreados.

Las reválidas, o las pruebas de nivelación, o los cuestionarios nacionales, o como quieran llamar a ese examen que garantice y asegure la preparación de nuestros alumnos, son necesarios. Lo innecesario es hacerlo en mar abierto y sin flotador. Lo innecesario es hacerlo sin anestesia, a pelo. Ea! que como sois todos unos borricos, pues ahora lo vais a demostrar. Así nos va. Los cursos se pueden repetir como se pueden repetir las elecciones. Todo vale, o eso es lo que parece.

Al fin y al cabo, mañana, a eso de las doce saldrán los consejeros a dar la misma rueda de prensa de siempre, a decir que el curso ha comenzado con normalidad, que los niños ya no lloran cuando van a clase, que los libros gratis son un avance de la sociedad, y que el plan de alfabetización digital es un gran invento. De los colegios que se caen a pedazos, del amianto, de las reducciones de plantillas y del mamarracho del bilingüismo, no dirán nada. Ese el método que siguen, el auténtico discurso del método.

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