El Apunte - Opinión

El día de los difuntos, acorralado

La polémica injustificada sobre el anuncio del Obispado recuerda lo imparable de una moda ajena

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Tal y como se contaba, parecía inicialmente ser una metedura de pata, una boutade algo risible por bien intencionada que fuera. El Obispado de Cádiz diciéndole a todo el mundo, sobre todo a los niños, que mejor se disfracen de santos que de zombies, que mejor vivan el Día de los Difuntos y no Halloween.

Una vez preguntada la Iglesia católica en la provincia, resulta que del escándalo no había nada. Para empezar, se dirige a los feligreses, a los católicos, a las familias y los menores agrupados en colectivos que profesan esta fe a través de grupos de catequesis, colegios, asociaciones parroquiales o familiares, sacerdotes y personas vinculadas a la Iglesia. Es decir, no le estaban diciendo a nadie ajeno a su credo lo que tenían que hacer.

Como añadido, resulta que la idea no es una ocurrencia del Obispado de Cádiz. Bien al contrario es un movimiento que tiene más de diez años en España y que comenzó hace 14 en París. Se trata de recordar –a los católicos, ojo– que hay más y mejores formas de vivir estas fechas que las importadas por la imparable moda de Halloween. Tratar de imponer algo a la sociedad habría sido tan intolerable como ridículo pero la Iglesia no lo ha hecho. Es más, ha podido cometer el error de no transmitir bien, antes, estos fundamentales matices.

Por poner un ejemplo cercano, sería inapropiado, criticable, que las autoridades eclesiásticas le dijeran a toda la sociedad cómo deben vivir Fin de Año. Pueden opinar, faltaría. Pueden tratar de influir como ascendentes de un gran sector de la sociedad pero pedir seguimiento sólo puede hacerlo a los miembros de su comunidad. Este ha sido el caso y buena parte de las críticas quedan por tanto fuera de lugar. Por desgracia, no tendría sentido tratar de parar con buenas palabras, con reflexiones históricas o teológicas lo mucho que tiene de moda comercial, de fenómeno promovido por miles de grandes marcas, por toda una industria, a la que les conviene que sus hábitos de consumo se extiendan por todo el mundo.

Los niños son los más vulnerables a imitar esas formas de festejar, supuestamente divertidas y realmente molestas. Sus familias son las primeras que tienen que hacer frente si quieren. Las familias católicas tienen una orientación, una propuesta, en los consejos dados por la Iglesia, no ahora, hace más de diez años en toda España. Hasta ahí llega el caso. Nada más.

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