Nandi Migueles

Me han dicho que el amarillo

Me alegro mucho cuando gana y me disgusto mucho también cuando pierde, pero desde hace tiempo dilapidé esa fuerza interior que llevaba de seguir al Cádiz

Nandi Migueles
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Después de estar seis temporadas en el pozo de esta maldita segunda B, nuestro Cádiz con todo merecimiento ascendió de nuevo a la categoría de plata. De nuevo todos tan contentos y animados como para que seguramente la gente del carnaval hagamos letras alusivas para este próximo concurso y más de uno saque pecho ahora por sus colores del alma. Me considero un aficionado de los del montón. Me alegro mucho cuando gana y me disgusto mucho también cuando pierde, pero desde hace tiempo dilapidé esa fuerza interior que llevaba de seguir al Cádiz de mis amores con el fervor que demuestran estos cadistas de ahora. El Cádiz y el carnaval siempre han ido de la mano, muchas han sido las letras que le han dedicado a nuestro equipo.

Letras de todo tipo, para apoyarlo, para criticarlo o incluso para bromear sobre la forma de jugar de sus jugadores. Nadie es perfecto pensaba yo. Pero ver regresar a los aficionados a las nueve de la mañana en el día de ayer me sobrecogía el alma especialmente. Traían en sus ojos la felicidad que da una victoria combinada con el cansancio de tan largo viaje. Vivan sus cadistas, vivan sus cojones, pensaba mientras los veía pasar con sus bufandas al cuello. Cuantas veces habrán cantado ese pasodoble durante el trayecto en la ida y cuantas veces más durante el regreso. Los jugadores son importantes pero todos están de paso, pensé. La afición es lo que permanece y el Cádiz como entidad también. El carnaval siempre está presente en nuestra ciudad. En el fútbol, en bodas, en comuniones, en bautizos, en reuniones de amigos, en viajes, en todo tipo de celebraciones, en nuestros monumentos, en nombres de plazas y calles en nuestros comercios, en innumerables peñas y asociaciones, incluso en algún que otro entierro donde se ha dedicado y cantado la copla preferida del difunto como última voluntad. Las letras más emotivas suelen ser las merecidas, es decir las que se ganan a pulso. Aquellas que se escriben con el corazón y se hacen sintiéndolas de verdad, no aquellas que se escriben por concursar o para aprovechar la ocasión y sumarse al carro de la victoria o hacer leña de la desgracia según la ocasión.

Nuestra afición sí se merece una letra cada año. Una afición que brilla con luz propia. Una afición con más virtudes que ninguna. Una afición que demuestra tener gran templanza, esa misma que el silencio le da a tu mente cuando necesitas calmarla. Una afición que tiene la misma humildad que posee una ermita austera en medio de la nada. Una afición que tiene tanta fuerza como la que producen siete mares y que ostenta la misma elegancia que le vemos al cóndor en su vuelo. Una afición tan generosa como la sombra que te brinda un árbol viejo y que truena con más raza que el galope de cien caballos. Una afición con la misma esperanza que tuvieron nuestros abuelos en conseguir esa libertad tan añorada y con una voluntad de acero al igual que ese niño que comienza a caminar. Una afición con tanta ilusión y calor del que percibes en el abrazo de un amigo, aunque muchas veces incluso te llegara a asfixiar. Una afición tan sencilla como un beso, con el coraje de una madre, con la pasión por sangre y con una gracia en la quilla que no se puede aguantar. Vaya orgullo de afición. Enhorabuena.

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