El Apunte - Opinión

La decepción más cruda y dolorosa

Que la ciudad de Cádiz recorte su gasto social cuando se hizo bandera y palanca con él es un contradicción demasiado dura

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El nuevo gobierno municipal, las dos formaciones políticas que lo integran, llegaron a tomar posesión de su cargo gracias al malestar. Esa ira ciudadana está basada en la creencia –o la certeza según los casos– de que las instituciones, la economía y las empresas han abandonado a su suerte a un gran número de ciudadanos en lo que va de este nuevo siglo.

Ese dolor tiene como base la sensación de que las administraciones, las firmas, las estructuras que debían dar cobijo y auxilio a los electores, a las familias, han causado buena parte de sus desgracias: del paro crónico a la exclusión o el desahucio, de la pérdida de poder adquisitivo a la precariedad o el deterioro de los servicios públicos esenciales.

El fino hilo que mantiene conectados todavía a la sociedad y a los partidos, a representantes y representados, a ciudadanos e instituciones, tiene que fiar toda su supervivencia a que las formaciones políticas sean capaces de restablecer la relación dañada, de hacer ver que las administraciones pueden dar cierto cobijo y auxilio a los que más lo necesitan.

Esa evidencia hace más llamativo que un estudio independiente y hecho por profesionales (la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales) diga que la capital gaditana se encuentra entre los municipios con más de 20.000 habitantes catalogados como de menor inversión social.

La cuantía media de su inversión social no llega a los 36 euros por habitante según este documento y, lo que es más llamativo, en el último año ha descendido en un 20% respecto a lo que gastaba antes. Barcelona, otra ciudad gobernada por este tipo de nuevos movimientos políticos basados en esa ira ante la injusticia y el abandono, ha reducido este presupuesto social en un 11%, siempre en comparación con 2015.

Con ser grave el retroceso, cuenta con el doloroso añadido de ser ejecutado por los que agarraron la bandera de la justicia social, de la necesidad de amparar a los más vulnerables y devolverles todo lo que se les habría arrebatado. Su contradicción pesa más, duele más, que la de cualquier otro que no hubiera hecho palanca con el dolor de tantos ciudadanos. Para luego dejarlo tal como estaba.

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