LA HOJA ROJA

¿Debut y despedida?

Aun a riesgo de quemarme para siempre en las llamas del infierno cofrade, le diré que al nuevo trazado procesional le veo poco recorrido

Yolanda Vallejo

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Decía san Ignacio de Loyola que, en tiempos de tribulación lo mejor es no hacer mudanzas. Y lo decía, el hombre, convencido de que las grandes decisiones nunca hay que tomarlas en caliente, primero porque es cuando más queman; y segundo porque con el calentón es muy fácil equivocarse, precipitarse y estrellarse. No hace falta que lo diga el santo, ¿verdad?, aunque nunca está de más recordarlo y recordárselo a quienes, en plena ebullición, empiezan a cambiar los muebles de sitio como si poniendo el sofá en la otra esquina, el salón fuese a ganar metros o altura. Trampantojo se llamaba eso antes, o lo que es lo mismo, «ilusión óptica con que se engaña a una persona haciéndole creer que ve algo distinto a lo que en realidad ve». Un engañabobos, para entendernos todos.

Algo así como la nueva carrera oficial de la Semana Santa. Y ya lo sé. En este momento, dirá usted que me aplique el cuento del jesuita y que no me tire al precipicio criticando el sabor del bizcocho cuando está todavía en el horno. Pero, aun a riesgo de quemarme para siempre en las llamas del infierno cofrade, le diré que al nuevo trazado procesional le veo poco recorrido. Si yo fuera una entendida en la materia, le aplicaría a esto un DAFO y me quedaría tan tranquila, porque las debilidades y las amenazas son tan evidentes que ni las fortalezas, ni las oportunidades equilibran lo vivido en estos últimos días.

La Semana Santa de Cádiz es lo que es, y no me siento obligada a dar más detalles. El perímetro de la ciudad es el que es y la Catedral está donde está. No sé si me explico, pero ni aplicando las técnicas de Marie Kondo vamos a rascar más metros ni vamos a abrir más balcones a la calle. Y Cádiz no está para experimentos –yo citando a Teófila Martínez, quién me lo iba a decir– mucho menos cuando estamos en tiempos no de tribulación, sino de análisis y revisión de lo que realmente aportan los desfiles procesionales a la ciudad. Porque no hace falta que le diga lo que el eufemismo está haciendo por la Semana Santa; puente vacacional, inauguración de la temporada de playas, beneficio para la hostelería, atracción turística… Lo que Antonio Burgos llama una «Semana Santa Sin» –yo citando a Antonio Burgos, quién me lo iba a decir– y que le diga la distancia, que cada vez es más larga, entre el mundo capillita y el resto de los mundos que están en este.

Lo del Caminito el pasado miércoles, no es más que una prueba del desapego social al mundo que representan las cofradías. No hay que tomarlo como un atentado a la fe ni como una falta de respeto a las imágenes, tampoco como una respuesta a lo ocurrido en Carnaval cuando algunas agrupaciones callejeras fueron víctimas de los cubos de agua que arrojó algún vecino. No tiene nada que ver. El asunto del «sabotaje cofrade» no es más que la respuesta gamberra a esto que le estoy contando, a la devaluación de la Semana Santa. Los vándalos reventando cerraduras, y los suevos y los alanos –ministros, candidatos, portavoces, alcalde, concejales– aprovechando para hacer campaña electoral entre los suyos, cualquier cosa menos lo que se supone que es esto. Un despropósito.

Tanto como las veces que algunas cofradías han recorrido la misma calle, por tener que completar una carrera oficial absurda, casi en redondo, con algunos momentos dignos de los hermanos Marx. Que se lo cuenten a las hermandades que vienen desde Extramuros o a las de la Merced, Santo Domingo o Santa María, que han hecho la plaza de San Juan de Dios como las mantas de Ramonet, no una ni dos, sino tres veces, con unos itinerarios imposibles que daban pie a la confusión «¿esta va de ida o de vuelta?» y al hartazgo del personal «¿otra vez Borriquita?», por no hablar de los problemas de overbooking o de overcrossing en algunos momentos como el Domingo de Ramos y el Miércoles Santo, o de la dispersión cofrade en mitad de la calle Novena, o del descontrol de las bandas de música y hasta del propio público que no sabía muy bien dónde asentar el campamento de sillas ultraligeras del Decathlon, ni por dónde podía llegar a su casa, si es que acaso había conseguido salir de ella.

Y sí, puede que el nuevo diseño de la carrera oficial haya dejado «imágenes para el recuerdo» y puede que Canalejas –el nuevo nombre es muy largo y usted me entiende igual» se esté postulando como la nueva Ancha, y puede, además, acabar para siempre con la estampa de los comepipas profesionales con carrito de niño chico dormido –la humedad es la humedad, y más enfrente del muelle–. Pero no creo que sea en esta ocasión.

El «carácter experimental» del que hablaba el Consejo de Hermandades cuando tomó la decisión del cambio en la carrera oficial es la prueba evidente de que el año que viene habrá nuevas mudanzas, o al menos, otros nuevos intentos de modificar y transformar el recorrido. Quizá la transformación debería ir también por otros derroteros, pero como dice el refrán «para quien no sabe a dónde quiere ir, todos los caminos sirven».

Qué se le va a hacer.

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