Antonio Papell

La construcción del Estado

Señalaba Fernando Onega que el actual Estado de las Autonomías ha sido consecuencia de una negociación entre las mayorías relativas estatales y las formaciones nacionalistas

Antonio Papell
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Señalaba hace unos días Fernando Onega en la prensa catalana que, lamentablemente, el actual Estado de las Autonomías no ha sido el fruto de una maduración racional del modelo improvisado al amparo de las normas dictadas por el Título VIII de la Constitución -contra lo que es usual en la técnica constitucional moderna, dicho título no dibuja el Estado de las autonomías sino que determina cómo se crea y desarrolla-, sino la consecuencia de una negociación, en ocasiones con visos de verdadero chantaje, entre las mayorías relativas estatales y las formaciones nacionalistas.

Tras la etapa de la UCD, en que la política democrática se adornaba todavía con un halo de cierta inocencia bien intencionada, los primeros pactos centro-periferia fueron en 1993 entre Felipe González y Jordi Pujol.

30.000 millones de pesetas obtuvo el presidente del gobierno catalán de su apoyo a los presupuestos, otorgado tras unas elecciones -las del 6 de junio de aquel año- en que el PSOE comenzaba su declive: quedó apenas a cuatro puntos del PP, con 159 diputados, lejos de la mayoría absoluta; según la prensa de la época y los estudiosos de hoy, aquel acuerdo tapó también determinadas vergüenzas de ambas partes cuando, sin ir más lejos, los hijos de Pujol ya habían comenzado a salir ‘en los papeles’.

Tres años más tarde, Aznar ganaba las elecciones de 1996 con menos diputados todavía, 156, y para conseguir la investidura no tuvo más remedio que firmar el llamado ‘pacto del Majestic’ con CiU, que le aportó 16 escaños. Rodrigo Rato -nada menos- fue el muñidor del acuerdo con Pujol, que representó un cambio profundo del sistema de financiación autonómica y nuevas transferencias para Cataluña, entre ellas la regulación del tráfico. Zapatero fue investido en primera votación en 2004 con la abstención de CiU y PNV, pero terminó negociando personalmente con Artur Mas en 2006 los límites del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña; en 2008, fue investido en segunda vuelta con sus propios votos, también con la abstención nacionalista.

En la actualidad, la legislatura surgida del 26-J, primera con cuatro grandes fuerzas en inestable equilibrio, la formación de una mayoría -necesaria para aprobar los presupuestos, por ejemplo- requiere la participación de fuerzas periféricas, que como es lógico -según la lógica ya ensayada hace décadas., que todavía se mantiene- reclaman su contrapartida. El PNV ha ofrecido sus cinco votos en el Congreso de los Diputados a cambio de una revisión a la baja del cupo, cuya procedencia queda enmascarada por el propio trueque, francamente antiestético. Y Nueva Canarias, con una desfachatez que ya no sorprende a nadie, ha puesto sencillamente precio al voto que podría suponer la aprobación de las cuentas públicas: 450 millones de euros y una reforma estatutaria para cambiar la ley electoral. Coalición Canaria ya había logrado contrapartidas por más de 400 millones anuales.

Es cierto que estas transacciones fecundas tienen un elevado valor pedagógico: los soberanistas catalanes deberían aprender de vascos y canarios cómo se consigue colmar reivindicaciones aparentemente inasequibles utilizando mecanismos que la propia democracia pone a su disposición. La ruptura traumática de la legalidad no es el camino para revisar y reformar los equilibrios internos de un Estado compuesto.

Lo que sucede es que tampoco es razonable que el desarrollo federalizante del Estado de las Autonomías provenga de estas pulsiones, de semejantes presiones, de un oportunismo manifiesto que genera agravios comparativos y desacredita el modelo. Sería hora, en fin, de que las principales fuerzas abordaran la gran reforma constitucional que, como mínimo, desarrollara el Título VIII y normalizara un modelo federal a la alemana, que sin duda daría también a una mayoría de catalanes la oportunidad de encontrar un acomodo acogedor.

Ver los comentarios