La Voz de Cádiz

Por un carnaval seguro

El primer sábado de la fiesta se ha convertido en un botellón desde hace años sin que ninguna medida lo haya impedido

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No hay ninguna duda. Se sabe desde hace años que el sábado de Carnaval se ha convertido para desgracia del verdadero aficionado en un macrobotellón que no hace más que deteriorar el verdadero sentido de la fiesta y la imagen que se proyecta fuera de aquí. El hecho de que se haya ampliado la programación creando la batalla de las coplas durante el mediodía ha ayudado a que el sábado tenga algo que ver con la fiesta, También lo hizo el carrusel de coros de Segunda Aguada pero, una vez terminado el pregón parece que desde la plaza de San Antonio lo que realmente se está anunciado es una fiesta donde no hay límites ni reglas.

No extraña ya a nadie que el casco histórico se vea invadido por miles de jóvenes que no hacen más que lo que les dejan hacer.

Llenar de basuras, botellas rotas y todo tipo de suciedad toda la ciudad horas antes de que presente al mundo la gran fiesta que se lleva esperando todo un año. Y de la que se presume tanto. La campaña del Ayuntamiento de Cádiz para evitar que se venda el Carnaval como un desenfreno de copas ha fracaso. Prueba de ello fue la intensa noche que tuvo que pasar la Policía Nacional con hasta once detenidos. La mayoría de estos arrestos se debió a peleas cuyos protagonistas habían bebido en exceso y al trapicheo de drogas. Además del cerca del centenar de actas por sanciones administrativas por tener o consumir droga en la calle. No es por tanto una opinión de tanteo sino un hecho demostrado.

Y mientras, los agentes de la Policía Nacional siguen trabajando para velar por la seguridad de todos. De los que no quieren participar de ese botellón y de los que sí lo hacen. Ponen todo su esfuerzo en intentar equilibrar una balanza que ya tienen en contra porque la administración poco hace por ayudarles dando manga ancha a comportamientos del todo incívicos. Ver la plaza de la Catedral llena de basura o San Antonio, la Plaza Mina, San Juan de Dios... es un espectáculo dantesco. Los agentes mantienen la profesionalidad hasta límites insospechados aguantando a borrachos durante horas que les miran como si fueran unos represores en vez de entender, como sería lo lógico, que son los únicos que pueden ayudarles si están en peligro, que están haciendo su trabajo y que buscan cumplir con esa misma ley que luego todos exigimos.

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