OPINIÓN

Carmen de España y olé

Entró como Carmen de Bizet y salió como Carmen de Mairena

Fernando Sicre

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Entró como Carmen de Bizet y salió como Carmen de Mairena. Es lo que ocurre en los aledaños de Alonso Martínez en otoño, que todo se transforma. Sólo hay que ver el color de las hojas de los árboles, otrora verdes ahora ocres. Hay un punto de encuentro entre las dos Cármenes, el folklore y la música. La primera influida por el poema narrativo «los gitanos» de Alexandre Pushkin. La segunda cantante de cuplé de cierto renombre en las salas de espectáculos más destacadas de Barcelona, llamada hasta la Transición Miguel de Mairena. Miguel Brau Gou, quizás con más apellidos catalanes que la Forcadell. Cuando muere Franco, nace Carmen de Mairena. Comienza entonces a ofrecer espectáculos como transformista. Una metamorfosis como las que viven las hojas de los árboles que circundan el Supremo. Pero para transformación de verdad la de Carmen de España. Entró independentista y salió constitucionalista. Ingresó revoltosa y fue devuelta modosita. Pero hay cosas que no cambian. Entró mentirosa, cobarde y con intención de alcanzar la gloria a lo Golda Meir y salió que no atino a encontrar las palabras adecuadas para definirla oportunamente en cada una de las facetas. Pero imagínense lo peor de cada opción.

Quizás hay varias expresiones de la célebre política israelí aplicables a Cataluña en su encrucijada. Sin duda le vienen como anillo al dedo a nuestra Carmen de España. La insensatez se ha instalado definitivamente en Cataluña. Solo hay que ver como algunos padres colocan a sus bebés como barreras en los cortes de tráfico. Decía Golda que «la paz llegará, cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros». Es evidente que ni la paz ni la concordia son posibles con el nacional-independentismo catalán. También decía la Sra. Meir que «nunca he sido partidaria de la inflexibilidad, excepto cuando la cosa atañe a Israel. Si se nos critica por qué no nos doblegamos, porque no somos flexibles en la cuestión de «ser o no ser», es porque hemos decidido que, sea como fuere, somos y seremos». Viene a colación con el artículo 2 de la Constitución. Mientras la soberanía la detente el pueblo español, o sea la nación española, Carmen de España seguirá siendo española mal que le pese. Advirtió tener un arma secreta en su lucha contra los árabes: «el no tener alternativa». Aquí tampoco existe en tanto esté redactado ese artículo que deposita la soberanía en la nación española, único sujeto constituyente. Y terminó mandando un recado a muchos, directamente desde luego a Carmen de España: «un líder que no duda antes de enviar a su nación a una guerra, no es apto para serlo». Ahora resulta que es constitucionalista, cumplidora potencial de la Ley y del 155 y que todo había sido producto de la ensoñación. Tan es así que la declaración de independencia era simbólica, sin efectos jurídicos. El Juez Llanera debiera haberle impuesto además de la fianza realizar el Camino de Santiago para expurgar todos sus pecados y que cuando llegue a la Catedral de Santiago solloce como buena española antes de besar al patrón de su país. Imagino a Carmen de España atravesando el Pórtico de la Gloria envuelta en un halo de patriotismo español, envuelta en la señera y buscando para siempre en los confines del firmamento la estrella «estelada». Porque así es el camino de las estrellas. Carlomagno vio en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de Frisia y terminaba en Santiago. La «estelada» era una ficción a decir por Carmen de España. Porque ahora dirá que España solo hay una, desde la Punta de la Restinga en la Isla de Hierro en el sur, hasta el islote de Estaquín de Sigüelos al norte de Finisterre. Y desde el oeste en Punta de Orchilla hasta el este en cabo del Esperó. La única soberanía nacional se ejerce entre esos confines de manera indivisible. Eso es España y que Santiago le dé cobijo y protección.

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