José Landi

Cádiz, ciudad de letra

El alcalde ha evolucionado a líder mesiánico, idealizado por una ciudad que se alimenta de palabras, nunca de números y hechos

Entre tanto debate bobo, se nos pasan desapercibidos los asuntos de verdadero interés. Los autores de Carnaval piden que para el próximo Concurso del Falla (¿acabó el anterior?) puntúe mucho más la letra . Más que cualquier otro elemento en liza. Es absolutamente justo que lo reivindiquen. Es lógico, imprescindible, en una ciudad en la que la letra importa infinitamente más que la música, siempre con algo de aritmética, más que la imagen, tan frívola y facilona, más que todo junto. Es un ejercicio de coherencia inaplazable que viene a formalizar la realidad.

El alcalde, sin ir más cerca, ha basado todo su mandato en la letra, en la sagrada palabra capaz de movilizar almas y mover montañas que nadie ve. Es el líder absoluto, mesiánico ya, de una ciudad cuyos habitantes adoran las letras porque forman palabras que sirven para crear frases. De ellas nacen estrofas que paren pasodobles, cuplés, eslóganes y estribillos. Este hombre nació para ser el referente natural, el ejemplo, de unos vecinos alérgicos a los números y las cifras, incapaces de mirar a la cara al porcentaje más canijo. Somos así. Hasta la última celebración, y mira que correspondía a un año, se resumió en una palabra cortita: doce.

Los números ni nos van ni nos llevan a los gaditanos . Eso de hablar del IBI (IRPF y SS, en el caso de los grupos), o del número de multas, de lo que cuesta la limpieza o los minutos que tarda en pasar el autobús en casi todas las líneas (otra referencia literaria)... Eso de, por ejemplo, saber si hay más o menos ratas por habitante, de qué hacer con tantos miles de metros de solares y edificios muertos, o con hectáreas portuarias o con los metros de playa que hemos regalado a los que (esos sí) quieren hacer números, o aclarar exactamente qué número de niños precisa ayuda alimentaria hoy, o la cantidad de pisos vacíos, o la ratio de usuarios de servicios sociales, si ha bajado o no, todo eso que se mide en vulgares dígitos nos aburre, nos hunde... Y la fecha de terminación de los proyectos, el día y el mes de su terminación... Eso se nos da todavía peor, nos duerme. Todo eso es para nórdicos y luteranos, para lacios y eficientes. Eso es para otros, para tontos que no saben de la vida, de la gracia y el ange, ni de nada.

Aquí, en el Gran Teatro Falla descapotado y abierto todo el año, en el inmenso ambigú en el que se ha convertido la ciudad, en el enorme local de ensayo que somos, sólo importa la letra , sólo puntúa la rima, la ocurrencia, la réplica y el verso. Importa la casa del autor y no la del público, un chalé de Madrid y no en el de San Luis. Lo que cuentan son los tuits, los titulares y los bandos: entendidos como los escritos formales del alcalde y como los grupos enfrentados e irreconciliables, azuzados y achuchados. Se trata de saber combinar bien las palabras "primo", "compadre", "malage", "ardentía" y "hermano", de meter con buen compás en cualquier frase "gente", "luz", "dolor", "derecha", "rojo", "indignación", "manipulación", "pobreza" y "lágrima".

Sobre todo, q ue no falte el término "arte" como tópica fusta para arrear al que nos ataca con tópicos y remed os . Hay que saber manejar "privilegio" para dejar claro que significa la suerte de vivir en un barrio y no en otro, en un municipio y no en otro, con una mujer determinada. Nunca en su acepción de "aprovechamiento" para gozar de un lujo o bienestar (como gambas, corvinas, gintónics, whisky, tabaco aliñado y langostinos) por tener un determinado patrimonio, un determinado sueldo, o cargo o situación. "Niño", "abuela" y "hambre" encajan bien en cualquier letra. "Comisión", "investigación" e "imputación" son infalibles: el paraíso de los letrados.

Y así pasan los días (mejor no los contemos) mientras esperamos que todos los números que despreciamos se transformen, si acaso, en una paguita, en lotería clandestina, en bingo y cuponazo de la ONCE . Esas cifras son las únicas de las que quieren saber en demasiadas calles nuestras. Mientras, lo de jugar con las palabras, combinarlas hasta crear la prodigiosa combinación lírica, funciona. Dicen los que saben y los que no, dicen los interesados y dicen todos que los números le salen al alcalde letrista. Que arrasará en las próximas elecciones. Que ha dado un pelotazo (más argot) metiendo mano en Monedero e Iglesias. Que le saldrá la cifra mágica de votos porque ha elegido las palabras oportunas. Llegará embalado a la campaña electoral, la gran feria de las palabras usadas.

Algunos imbéciles pensamos que las palabras tienen un valor limitado frente a los hechos. Tan escaso que las usamos para hacer artículos que nadie lee. Como tantos que salen a millares cada día. La gente escribe palabras por millones cada día en redes. No serán tan difíciles, no tendrán utilidad si tantas están al alcance de tantos a cada momento. Por eso tiene mérito sacarles rentabilidad p ara ser alcalde y para volver a serlo, para vivir en un altar de 40 metros cuadrados (perdón, se han colado dos dígitos pero pueden suplirse por "pisito" a efectos poéticos). Los vecinos de Kichi están levitando con su alcalde, enchampelados. Persona y personaje se funden. Al final va a ser verdad que era uno de los santos.

Somos inmensa minoría los que, en soledad, pensamos que a Cádiz (y a La Línea, a Barbate, Puerto Real, Algeciras, Andalucía...) le vendrían bien unos pocos números nuevos, unos míseros dígitos añadidos, una mezquina mejora en porcentajes y apartados como, qué se yo, renta per cápita, población activa, reducción de listas de espera, salario mínimo, dependientes atendidos, usuarios de bibliotecas, licenciados en conservatorios o trabajadores cualificados para puestos de perfil técnico que reclaman la industria tecnológica, la naval, la aeroespacial, la construcción... Pero todo esto es muy soso, una pesadez, da mucho dolor de tarro comparado con un pasodoble, con una copla, una bronca, una conspiración de barra y una buena carta . Todo lo de las cuentas y los números es difícil y largo, no tiene "arte" ni nada tiene que ver con la suerte de vivir "aquí". Eso de pensar en cifras es propio de "malages".

P.S: De alguien que se cree mejor por nacer o crecer en un país determinado decimos que es un "nacionalista" y lo ponemos a caer de un burro por el escaso valor racional de su idea ¿Dónde deja eso al que se cree mejor, especial o privilegiado, por vivir en un barrio determinado, en un municipio y no en el vecino? La primera actitud nos parece criticable. La última, al parecer, es tierna y conmovedora.

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