Yolanda Vallejo - OPINIÓN

Black Fridays

El equipo de Gobierno va perfeccionando sus destrezas, y si antes tardaban varios días en rectificar y en convocar a los medios para aclarar o directamente contradecirse, ahora no esperan ni siquiera a la reacción del público

Yolanda Vallejo
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Lo que tiene que ser chungo, pero chungo, es vivir permanentemente en un Black Friday como vive nuestro equipo de Gobierno. Y no lo digo por las rebajas, ni por las promociones, sino porque desde que tomaron posesión del Ayuntamiento no hay viernes que no se les convierta en negro, pero negrísimo. Desde el pasado mes de junio no ha habido manera de sacar adelante nada en esta ciudad, quizá porque por primera vez en la historia de nuestra democracia más cercana, la oposición está haciendo los deberes que le corresponden. ‘De qué se trata, que me opongo’ parece que es el título preliminar la ley de la selva en la que se han convertido los plenos de los viernes, los auténticos Black Fridays municipales.

No hay propuesta que pase el filtro, y las que lo pasan se pierden en la maraña del despropósito de tal manera que hasta Juan Manuel Pérez Dorao, «el hombre que no se había visto en otra» se ha venido arriba de forma tan sorprendente que incluso se ha atrevido a pedir cuentas en el pleno sobre los proyectos –pocos– que hasta el momento han salido adelante, «acuerdos de los que no tenemos certeza que se hayan cumplido». Ni vosotros, ni nosotros, ni ellos, ni nadie tiene esa certeza. Porque si a algo nos hemos acostumbrado es a que el equipo de Gobierno juegue al «donde dije digo…», y así, la verdad, no hay quien se aclare.

Y eso que van perfeccionando sus destrezas, gracias al entrenamiento diario, y si antes tardaban varios días en rectificar y en convocar a los medios para aclarar, matizar o directamente contradecirse, ahora no esperan ni siquiera a la reacción del público. Ya saben cuál ha sido la última, la de la deuda. El miércoles pasado desayunábamos todos con la buena nueva; si el Ayuntamiento proponía declarar el cuentón que debemos como algo ilegítimo, excesivo y dañoso, abría –posiblemente sin querer– la veda para que usted, su prima, y hasta su vecina Carmeluchi hicieran una lectura comprensiva de la propuesta y la aplicaran del mismo modo a su maltrecha economía. Porque yo también considero excesivo y dañoso el Impuesto de Bienes Inmuebles, o la tasa de recogida de basura, por poner un par de ejemplos de los que duelen en la cartera. Todo hacía prever otro viernes negro en el pleno; sin embargo, en esta ocasión, y antes de que la sangre llegara al río, nuestro primer teniente de alcalde se apresuró a decir que bueno, que no era como lo habían dicho, que vale, que tal vez… que lo mejor era hacer un Observatorio Ciudadano Municipal que estudiara la deuda. En fin. Lo de los observatorios se está convirtiendo en un recurso literario que embellece muchísimo el discurso –no lo pongo en duda– pero que no tiene mayor trascendencia en el desarrollo del relato. Porque por mucho que nos pongamos a observar la deuda lo único que podremos constatar es que si no se paga, seguirá creciendo como una bola de nieve que terminará por aplastarnos.

Creciendo, como los enanos de este circo, como las pulgas de este perro flaco al que hasta hace poco atábamos con longaniza y que hoy alimentamos con las sobras que quedaron de la noche de los tiempos. En 2006 –han pasado ya unos cuantos años, aunque a usted aún le parezca que fue ayer– las mentes que entonces pensaban por nosotros –y a menudo solían pensar que éramos tontos– decidieron perpetrar una de las mayores fechorías contra el patrimonio de esta ciudad. Acuérdese, el mamarracho del pebetero en mitad del monumento a Las Cortes. Uno que había visto una cosa parecida en la plaza de María Pita en La Coruña, debió tener una revelación –o una enajenación– y decidió plantar una fogata en medio de un monumento que llevaba allí cien años y que en ningún momento había sido concebido para la barbacoa. El resultado ya lo sabe, aquella llama que unas veces funcionaba, otras no; unas veces le ponían coronas de laureles, otras servían para incinerar los restos de algún botellón… lo que traducido resulta 13.000 euros quemados al año. Afortunadamente, parece que los fuegos fatuos pasaron a mejor vida, como las pantallas de la calle, a pesar de que a estas les espera un futuro de Minority Report en el Carranza; total, no todos los días juega un equipo de primera en este faraónico estadio.

No todo es negro en las decisiones municipales, aunque lo parezca. Aunque al pastor se le revuelvan sus propias ovejas, aunque empiecen los lobos a quitarse la piel de cordero en las asociaciones de vecinos, en las corralas, en el mundo del carnaval… Nunca fue fácil luchar contra los elementos, sobre todo contra determinados elementos. A estas alturas, deberían saberlo.

Y mientras, esta ciudad ajena a su propio destino, sigue tirándose a la calle a lo que sea. A fingir que seguimos siendo ricos el viernes, y a recoger alimentos para los más necesitados, el sábado. Definitivamente, tiene que ser muy chungo gobernar esta ciudad. Si no, no me explico por qué no lo hacen.

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