Antonio Ares Camerino - Opinión

Barberías

En el hecho de que las barberías se hallan convertido en un negocio en expansión mucho tienen que ver los peinados, pelados y cortes excéntricos que muestran los futbolistas

Antonio Ares Camerino
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La ciudad rezuma nostalgia por los cuatro puntos cardinales, sobre todo por la rivera que da al río Tajo. Entre el Barrio Alto y el de Chiado se encuentra el núcleo más bullicioso de la capital lusitana. A pocos metros se puede disfrutar en la cervecería más antigua de la que fuera capital de ultramar, viejo convento en el que degustar buenas viandas, 'La Trindade'. Justo a su lado está 'La Barbería', uno de los lugares más chic de toda Lisboa.

Allí lo mismo te puede tomar un gin tonic con la ginebra más selecta, aderezada con cuatro granos de pimienta de Madagascar y rizos de cáscaras de naranjas de la China, en copa de balón con tónica de colorines y con el frío de unos tacos de hielo glaciar, que rasurarte la barba o hacerte un corte de pelo a la última moda.

En el hecho de que las barberías se hallan convertido en un negocio en expansión mucho tienen que ver los peinados, pelados y cortes excéntricos que muestran los futbolistas. Proliferan como lugares de casi culto a los que se acude con asiduidad. Por el estilo les ocurre al frenesí por los tatuajes, hay incluso algunos a los que les va faltando piel. Cráneo rapado a tres velocidades, al cero de las orejas hasta la mitad de la cabeza, cresta jalonada, dibujos rayados, tupés o flequillos variopintos, moñete tipo samurai, coletas con rastas. A ese catálogo interminable hay que añadir los tintes y los crecepelos para cubrir vacíos capilares.

La pregunta del barbero, ¿a tijera o cuchilla?, es ya demasiado simple. Lo que antes era un simple acto de higiene, o a lo sumo de coquetería, se ha convertido en una auténtica seña de identidad que sirve como tarjeta de presentación. Hubo una época en la que tener barba o bigote suponía un determinado estatus. Barba collar al más puro estilo Amish. Con perilla como intelectual al uso del siglo XIX. Bigote horizontal al estilo Errol Flyn, galán de ‘Lo que el viento se llevó’ o dictador del tres al cuarto. Con patillas cortas, con patillas largas, con patillas pobladas a lo bandolero. Con barba completa y recorte a lo streeters o hipsters. Con barba de dos o tres días y aspecto desaliñado, al estilo Van Dyke, con un simple parche debajo inferior o al puro estilo francés.

Atrás queda la añoranza de la barbería regentada por dos hermanos que estaba en la calle Nueva y que cantó el Yuyu en un pasodoble de su chirigota ‘Los últimos en enterarse’ y cuyo secreto estaba en pelarse el uno al otro, o la del ‘Manquito’, barbero insigne de la calle La Palma en pleno Barrio de la Viña, que durante años fue conocedor de los cogotes de chicos y mayores y de las barbas de todo el vecindario.

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