Yolanda Vallejo

El amante bilingüe

La oficialidad de los títulos viene avalada por el uso y el abuso de entidades privadas que no están al alcance de cualquier familia

Yolanda Vallejo
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Es difícil pertenecer a tres mundos a la vez, y eso que los que conocimos a Paul Éluard a través del anuncio de Yacht Man lo teníamos más o menos claro «hay otros mundos, pero están en este». Y aún así, nos cuesta. Somos gentes de tres mundos, por obra y gracia de las competencias transferidas; nos ampara una trinidad invertida que parece divertirse creando la confusión entre los pobres mortales que la sufrimos. Somos de un país en continua negociación, esclerótico –que, aunque tuvo y retuvo, no fue capaz de guardar para la vejez–, supuestamente gobernado por el Partido Popular y sus dubitativas políticas gallegas. Somos también de una ciudad en continuo coqueteo con la exclusión social, donde los niños van al colegio sin desayunar, y donde los pobres energéticos son legión, una ciudad hecha planes sobre la que planea siempre la duda de un gobierno municipal endeble.

Y somos, al fin, de la Andalucía imparable del PSOE. Esa Andalucía que debe andar ya por el cuarto o quinto plan de modernización –lo que debe costar ser moderno, oiga– donde no hay analfabetos digitales, –los otros ya no interesan y ni siquiera cuentan–, y donde la sanidad funciona tan bien que no es necesario debatir sobre ella, ni siquiera en el parlamento. «Mis hospitales» dice la presidenta, «mis colegios», «mis gentes», mis mítines en Alcalá de los Gazules con Rubalcaba, mis visitas a los alcaldes andaluces después de año y medio… en fin, Susana Díaz.

Es difícil esto del mundo trifásico. A ratos somos españoles en construcción, a ratos somos gaditanos en reinserción, y a ratos somos andaluces bilingües. Porque, por si usted no lo sabe, en nuestra Andalucía la enseñanza es bilingüe –en vías de trilingüismo, no lo olvide–, o eso al menos es lo que nos dice la consejera de Educación cada vez que le ponen un micrófono por delante. Mire usted que bien. Fuimos pioneros en los libros gratis –que luego fueron libros gratis y viejos–, fuimos pioneros en repartir a diestro y siniestro, unos siniestros ordenadores que, en gran número, pasaron a mejor vida en los mercadillos andaluces, y ahora somos pioneros en la implantación de un programa de bilingüismo electoral que se improvisó de la noche a la mañana y al que, de momento, no le han salido brotes verdes, porque –mucho me temo– solo le crece la mala hierba.

A lo que iba. En Andalucía, la enseñanza obligatoria es bilingüe. Esto implica que el profesorado está capacitado para explicar algunas asignaturas en inglés y que el alumnado tiene las mismas capacidades para entenderlo, aunque usted y yo sabemos que esto no es así. También lo sabe la consejera, no se engañe, aunque disimula porque le pueden más las cifras que las letras, y mientras los rótulos de los baños en los colegios andaluces digan ‘bathroom’ y en la puerta del patio diga ‘playground’, la consejera seguirá hablando de bilingüismo. A la consejera, y a mi presidenta –si ella se toma ciertas confianzas, yo también puedo hacerlo– les importa un pepino que un joven que no entienda a Hume en castellano, tampoco lo entienda en inglés, o que a un niño de primaria le expliquen la historia de España con las cuatro palabras británicas que conoce. La mayoría de nuestros niños tiene problemas de comprensión lectora en su lengua materna, ¿cómo no van a tenerla en la lengua de Shakespeare? Pero Andalucía es como el amante bilingüe de Marsé, y la consejera dice que los alumnos y las alumnas andaluces y andaluzas tendrán el A1 al terminar la Primaria, el A2 al acabar Secundaria y el B1 antes de entrar en la Universidad. Bravo por la consejera, que no distingue entre la realidad y el deseo.

Y la realidad se come todos los deseos. Porque en esta Andalucía lo realmente imparable va a ser la brecha social que estos experimentos van a provocar en la sociedad. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que la oficialidad de los títulos viene avalada por el uso y el abuso de entidades privadas que no están al alcance de cualquier familia. De eso saben ya mucho nuestros estudiantes universitarios. La obtención del título está supeditada a la acreditación del nivel de inglés, un nivel que, evidentemente, no se alcanza en la educación que se imparte en nuestra Andalucía imparable y que, en la mayor parte de los casos, se fía a una empresa privada que se está haciendo de oro, evidentemente, con la imparabilidad de nuestra Andalucía.

Lo que no dice la consejera –algo de vergüenza torera– es que la mayor parte de nuestros alumnos y alumnas apenas saben usar correctamente el español. Desconocen el significado de la mayoría de las palabras incluidas en el diccionario, y utilizan la sintaxis de aquella manera. Muchos no han leído un libro en su vida, otros ni siquiera saben lo que es un periódico, ni tampoco han visto un informativo en televisión. Pero son bilingües, y algunos, trilingües.

Da lo mismo que las aulas tengan una ratio similar a la de hace treinta años, da igual que el profesorado se sienta desmotivado e incluso amenazado, poco importa que los alumnos tengan más frío en las clases que en el patio del recreo –playground, no lo olvide–, porque lo único que interesa es rellenar de cifras las estadísticas. Mil quinientos colegios serán bilingües el curso que viene en el mundo de la Andalucía imparable.

Habrá que estar al liquindoi.

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