Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

El alcalde no es mi vecino

Y llegó ella, con sus mañas de Blacamán, a visitar al alcalde, que la recibió al pie de la alfombra roja ataviado con sus mejores galas...

Yolanda Vallejo
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Y llegó ella, con sus mañas de Blacamán, a visitar al alcalde, que la recibió al pie de la alfombra roja ataviado con sus mejores galas, con el traje que se pone para las bodas y para los ‘photocalls’. Ella vestía como siempre; tiene la misma camisa blanca y la misma chaqueta en varios tonos de los mismos colores, el rojo socialista, y el verde que te quiero verde, tan andaluz. Aquí venía de rojo, aunque insistió mucho en que no nos visitaba como secretaria del partido socialista sino que todo tenía un carácter más oficial, «He venido como presidenta de la Junta.

Y como presidenta de la Junta se sentó con el alcalde de Cádiz, con el que comparte el mismo lenguaje de catequista –todos tenemos un pasado– y poco más.

Y durante hora y media jugaron al monopoly esa partida interminable que tienen, que tenemos, pendiente. Una parcela de 14.000 metros en Altadis para la Ciudad de la Justicia –que sin haberse empezado, ya se ha movido más que Moret–, la apertura de la estación de autobuses para junio –no dijo de qué año para no pillarse los dedos– , el inicio de las obras –otras vez– del carril bici, la convocatoria de nuevos planes de empleo para más y menos treinta –se refiere a la edad, no al número de personas–, cinco millones de euros para el Teatro Romano –lo irá a alicatar entero–, la mudanza del Centro de Arqueología Subacuática al castillo de San Sebastián –no había un sitio más lejos–, la inversión inmediata de un millón de euros para el museo del Carnaval –permítame unas risas– y, como plato principal, casi siete millones de euros para convertir el hospital Puerta del Mar en un centro de referencia de calidad en la investigación. Imagino que además de lo de la investigación, le quitarán los plásticos negros a la fachada, ampliarán el número de camas y mejorarán algo el mobiliario, incluido el de quirófanos. No lo dijo la presidenta. A lo mejor estaba ya tan mareada de hablar de millones, que le asustó un poco hablar de sanidad, sabiendo que tenía a la Marea Blanca justo en la puerta del Ayuntamiento.

Al alcalde le pareció bien la visita, «cordial, positiva, fructífera», dijo. De buen rollito, tanto que le supo a poco, y ya están buscando fechas para el reencuentro. Ella, por su parte, comentó que esta visita pastoral se había retrasado, simplemente, porque «en tres años soy la presidenta que más ayuntamientos ha visitado y más encuentros ha tenido». El nuestro, sin duda, fue un encuentro en la tercera fase. Más marciano, imposible. Muy Berlanga: señora presidenta, señor alcalde, ¿qué hay de lo mío?.... la eterna historia de este país de circo.

Un circo al que le han crecido los enanos a una velocidad de vértigo. Quince años tardaron en crecer con la anterior corporación municipal. Con esta, solo ha hecho falta año y medio, y los enanos –ya lo sé, es políticamente incorrecto, pero tremendamente efectivo– están tan empoderados, que al final, no va a ser necesaria una moción de censura por parte del PSOE para que la ciudadanía pida un cambio en el sillón de San Juan de Dios. Allí, abajo, antes, durante y después de la visita de la presidenta, estaban los de siempre. Los que aplaudían el «si yo fuera algún día el alcalde» y hoy revientan los plenos. Los que pensaban que el trabajo, y el pisito, y la paguita venían con el cambio, y hoy son capaces de morder la mano que les está dando de comer… Han crecido mucho, es cierto. Y allí estaban, mezclados con la marea de pensionistas, la marea blanca, los sindicatos educativos y los colectivos de parados. Allí estaban ellos, los de siempre, esperando a la presidenta para cantarle las cuarenta, y las que hicieran falta, «inútil», «ladrona», «fuera de Cádiz» y así.

Un repertorio bochornoso que, sin embargo, superó con mucho, tanto en su vertiente crítica como humorística, a muchas de las letras que cantan estos días en el Falla. En medio de la vorágine, y del espectáculo del ciudadano que usted ya conoce, se escuchó al poeta: «Alcalde, que eres un títere de Teófila». Sí, eso fue lo que le dijo al alcalde la voz popular. No se pregunte por qué, ni intente comprenderlo, yo tampoco lo hago. Decían también «el alcalde no vale ‘pa ná’», «¡Viva Cai!» y otras lindezas que, por respeto, no reproduciré aquí. Ya le dije que lo de la visita había sido muy marciano.

Sin embargo, hubo algo que resultaba inquietante. Algo para pensar y para tomar nota. Entre los gritos desaforados había uno que se repetía constantemente, y que no es la primera vez que se oye, «el alcalde no es mi vecino». Quizá a usted le parezca una tontería, quizá también se lo parezca al alcalde. Pero si yo fuese el alcalde de Cádiz –nada, que me sale el pasodoble solo– y llevase año y medio jaleando a mis vecinos y a mis vecinas, me preocuparía bastante que ni en eso me reconocieran. Porque lo de «el alcalde no es mi vecino» es la negación absoluta de toda credibilidad y la pérdida total de la confianza.

La historia está llena de negaciones. San Pedro negó tres veces. A saber cuántas tendremos por aquí.

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