OPINIÓN

42 años

No entiendo criticas al Ayuntamiento de Cádiz por cambiar un nomenclátor dedicado al alcalde designado por Franco

Julio Malo

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Hace poco del 20N, una de esas fechas que pautan nuestra historia, no es una efeméride redonda pero nunca pasa inadvertida, éramos aún muy jóvenes aquel otoño de 1975 y solo conocíamos un país gris comandado por un oxidado General que ofrecía una imagen de república bananera en ese mundo alegre y confiado de los años sesenta y setenta al cual ya viajábamos con frecuencia. Un año antes el anciano dictador se puso muy malito y por vez primera cedió la Jefatura del Estado al sucesor que él mismo había designado, luego rey Juan Carlos Primero, era verano del 74 y me pilló en Paris; recuerdo una concentración de exilados en la agradable Librairie Espagnole de la rue du Seine; ya organizaban su regreso y yo pensé que estaban locos pues no creía que la muerte del sátrapa produjera cambios inmediatos. Vázquez de Sola, dibujante en la revista satírica ‘Le Canard enchaîné’, me lo explicó en términos taurinos: «en mi pueblo a un torero le soltaron un Miura y fue incapaz de faenarlo, aunque el morlaco era reservón y tardo». Franco recuperó el poder el 31 de agosto de 1974 pero aunque nosotros no lo supiéramos la ‘operación Transición’ ya estaba en proceso.

Entre los días 11 y 13 de octubre de 1974 se celebra en la población francesa de Suresnes un Congreso del histórico PSOE, hasta entonces dirigido por veteranos exilados que propugnaban la restauración republicana y el socialismo marxista; allí se produjo un decisivo relevo que aúpa a la dirección socialista a un grupo de jóvenes liderado por Felipe González, los cuales acabarán aceptando la monarquía y renunciando al marxismo. Sin embargo, la presencia del PSOE resultaba muy escasa en el seno de nuestra sociedad, mientras que el Partido Comunista aún lideraba la resistencia, sobre todo en las grandes ciudades y en los círculos intelectuales y universitarios. Los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 proyectaron la sombra de una involución, un golpe de los sectores inmovilistas y el cierre de embajadas. Recuerdo el editorial del diario Informaciones: «Ya que no ha sido posible la clemencia, que al menos sea posible la serenidad en España».

Ha pasado mucho tiempo y a mis lectores más jóvenes este cuento les sonará a la canción de Ismael Serrano, ‘Papá, cuéntame otra vez’. El 6 de diciembre de 1978 se aprobó con ajustada participación una Constitución que despertó ilusiones; aún después de eso el mundo entero presenció con estupor a un bigotudo secuestrando al recién nacido Poder Legislativo de la Nación y aún nos preguntamos qué demonios significaba aquello. Después de la bonanza durante los gobiernos de Felipe González llegó la Troika con los recortes y hoy, pese a las proclamas oficiales, la precariedad se ha instalado en la mayoría de los hogares. En medio de todo, la sombra de la dictadura parece alargada y aún cuesta borrar los nombres y símbolos que la recuerdan, pese a la Ley de la Memoria Histórica de diciembre de 2007, cuya aplicación es obligación moral y legal para todos y muy especialmente para las Administraciones Públicas. No entiendo criticas al Ayuntamiento de Cádiz por cambiar un nomenclátor dedicado al alcalde designado por Franco a la vez que fusilaban a todos los miembros del consistorio que había resultado legalmente electo. En Alemania resulta impensable una calle o un estadio que llevara el nombre del arquitecto Albert Speer, que fue ministro nazi, por citar un nombre conocido; es más, resultaría delictivo.

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