Hermann Tertsch - MONTECASSINO

La zona de confort

El Nobel a Dylan es casi tan ofensivo, en todo caso tan significativo, como el Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos

Hermann Tertsch
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Es difícil enfadarse porque le den el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, ese poeta judío americano cuyas canciones son parte de la vida de todo Occidente desde hace tres generaciones. Pero es más difícil aún argumentar que Bob Dylan es el literato vivo que más merece un galardón mundial, lo que era al fin y al cabo el objetivo de este premio antes. Antes. Cuando todavía teníamos aquello que llamaban un canon. Aquello que, como Harold Bloom advertía, era un código de calidades y autoridades y un mapa espiritual y moral, creado con la acumulación por los siglos del talento, el conocimiento, la sabiduría y el trabajo de los mejores testimonios de la existencia del ser humano sobre la tierra.

Ese canon, otrora instrumento de formación con vocación de código universal es ya solo una vieja referencia para una comunidad letrada menguante y marginal. Bob Dylan gana porque el jurado quiere dar el Nobel a alguien cuyo nombre y cuyas obras no tengan que buscarse en wikipedia. Estamos en la segunda generación en la que pocos individuos leen textos que superen las dos páginas. Otorgar un premio de literatura que sea popular entre gente que no lee es una tarea complicada que se resuelve con Bob Bylan. Cuyos textos son por cierto bellísimos. Todo adecuado a las comodidades de las nuevas generaciones occidentales. Todo debe adecuarse a la zona de confort en la que se consume con buena conciencia, sentimentalismo y superioridad moral. Las sociedades desarrolladas se sienten bien con las certezas y los sentimientos acompasados. Mientras se multiplican las amenazas externas y crece la indefensión de estas sociedades tan dormidas como decididas a combatir con furia todo lo que les moleste el sueño.

Esta zona de confort es una de las consecuencias catastróficas del sesentaiochismo en EE.UU. y en Europa. Que nos ha traído en medio siglo de deterioro permanente a esta situación de perfecta postración intelectual y moral que hoy vemos en los medios de comunicación, en las universidades y en la cultura, todo bajo la vigilancia de un izquierdismo difuso pero implacable. El producto final es la tiranía de la corrección política que es ya la peor amenaza para la democracia y el pensamiento libre. Todo comenzó con la relativización general y obligatoria de todos los valores, empezando por los cristianos. Y hemos llegado ya a la inversión total de los valores de la civilización occidental. En esa zona de confort solo hay que estar de acuerdo en que todo viene a ser lo mismo, Mozart y los Fitipaldis, el perdón cristiano y la venganza musulmana, la libertad y la ausencia de ella, el terrorista de las FARC o su víctima, mentir o decir la verdad, Bob Dylan o Theodor Mommsen. Como lógica consecuencia ya tenemos fuerzas que otorgan más valor a la vida de los animales que a la humana. Y nadie se inmuta ya ante la permanente carnicería del aborto de humanos tan fácilmente asumida como si fuera extirpar espinillas. En el centro de todo se sitúa el bienestar que no es sino dispersa comodidad, y el «pensamiento puré» de la emoción primaria, y la entonación en contraposición al esfuerzo, a la disciplina, a la autoridad, al rigor y a la verdad, y por supuesto en lucha a muerte contra un canon occidental cuyos pilares están en nuestras raíces judeocristianas. En el fondo es por ello el Nobel a Dylan casi tan ofensivo, en todo caso tan significativo, como el Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos por su acuerdo con el narcoterrorismo de las FARC. Ambos son prueba de la imparable quiebra de los valores que hicieron de Occidente la tierra de los hombres libres.

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