Mayte Alcaraz

Ros y Sánchez

Va a tener difícil el líder del PSOE explicar a los socialistas catalanes que defienden España su desistimiento

Mayte Alcaraz
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Tengo una inquietud que solo Pedro Sánchez puede mitigar. Es saber cómo le explicará a su compañero, el alcalde de Lérida Ángel Ros, por qué un partido Obrero Español quiere que la E de su segundo apellido sea desmigada en naciones. Ha tenido el tal Ros la ocurrencia, en días de mudanza hacia los postulados de Podemos, creer en la idea de España que defendieron Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, y otros ilustres socialistas. No parece que el alcalde de Lérida esté para muchas lecciones pues milita en ese partido desde 1979 y alcanzó la Alcaldía el mismo año que Zapatero la Presidencia del Gobierno. No hay que añadir mucho más respecto a la situación en que se encuentra Zapatero y el PSOE desde 2011 y la venturosa permanencia del alcalde en su cargo.

No le va a ser fácil a Sánchez explicarle a un compañero su renuncia a los principios de igualdad y solidaridad entre españoles mientras su interlocutor los defiende cercado por independentistas, que no las gastan demasiado bien cuando se trata de hostigar al que respalda la ley y la unidad de España. Tampoco está el secretario general reelegido para intimidar a nadie sacando pecho electoral. Más que nada porque hasta donde yo sé, el actual líder socialista tiene poco currículum del que presumir ante un alcalde de mayorías absolutas. Poca autoritas podrá esgrimir quien solo logró colarse en el grupo socialista en el Congreso tras dos carambolas: la marcha en 2009 de Pedro Solbes y el abandono también en 2011 de Cristina Narbona (por cierto, hoy presidenta del PSOE, quizá en premio por aquella pirueta del destino).

Eso sí, Sánchez siempre le podrá contar a Ros que los socialistas están en racha porque cada vez se parecen más al monstruo que les quiere devorar: Podemos. En el reciente Congreso más de una docena de viejos socialistas se lamentaban ante un café de que a Pedro y a Pablo les iguale el mismo desistimiento de la idea de España, plasmado en el balbuceo con que contestaron a las preguntas que les hicieron sobre el concepto de nación -Patxi López a Sánchez y Mariano Rajoy a Iglesias- con pocas semanas de diferencia.

Entiendo la desazón de algunos cargos socialistas en Cataluña que, así caiga el diluvio secesionista sobre ellos, defienden la soberanía nacional, pese a los bandazos, acrisolados en el tiempo, del antiguo PSC, que antaño lo fuera de mayorías urbanas y obreras. Y profundamente españolas. Pero lo peor (Pedro Sánchez) estaba por llegar. Parecía difícil después de que Zapatero y Maragall traicionaran su responsabilidad de Estado para alumbrar un Estatut que ha vomitado estos lodos de hoy.

Pero vuelvo a Ros y a su prometida conversación con el jefe. Todavía tiene plancha Sánchez antes de recibir al alcalde de Lérida: primero tendrá que laminar a todos los barones que apostaron por recuperar al socialismo que gobernó 22 años España y luego ocuparse de los alcaldes que osen romper su discurso, sin más sustancia que la de su ambición personal. Se acercan meses difíciles para todos. Para desgracia de España, PP y Ciudadanos no podrán contar con el PSOE más allá de la retórica hueca. Carles Puigdemont ya lo sabe y contempla con una media sonrisa el afán de Sánchez por echar a Mariano Rajoy del poder sin darse por enterado de que la arremetida independentista quiere acabar con el Estado, con independencia de quien presida su segunda magistratura. Quizá Ros, en esa conversación, podría recordarle a su líder que los socialistas que quiere que le voten son primero y antes de nada, españoles.

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