¡A por el voto del jubilado!

Estamos en una subasta electoralista que antes o después reventará con consecuencias dramáticas

Isabel San Sebastián

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El sistema de pensiones en España es ya tan insostenible que empieza a cobrar la forma de una estafa piramidal. Los números no cuadran ni remotamente. Nuestra esperanza de vida alcanza los 83 años, con expectativas de superar los 85 de aquí a una década, mientras la natalidad ha caído hasta poco más de un hijo por pareja (1,2 exactamente.) La pirámide se ha invertido y vamos camino de convertirnos en un geriátrico a una velocidad vertiginosa . ¿Quién pagará la jubilación de los que estamos cotizando ahora para que cobren nuestros mayores? La respuesta es: nadie. No habrá activos suficientes para cubrir los derechos devengados por un número abrumador de pasivos. Lo saben nuestros políticos, lo ve venir cualquiera con un mínimo de información y honestidad intelectual, pero todos se hacen los suecos confiando en que sea otro quien lidie con la catástrofe cuando se produzca la quiebra. Porque si seguimos por donde vamos, sobrevendrá; eso es seguro.

El sistema de reparto, basado en cotizaciones obligatorias de carácter intergeneracional, fue concebido en los tiempos del «baby boom». Nadie sospechaba entonces que pudiera llegar un invierno demográfico tan atroz como el que nos azota, aunque lo cierto es que ha llegado. Hace lustros que las condiciones cambiaron y se avizoró el desastre. ¿Cómo actuamos a partir de ese momento? Seguimos bailando alegremente al son que tocaba la orquesta, emulando el hundimiento del Titanic . Hasta hoy.

Nadie se atreve a ser el primero en recetar una medicina amarga. Quienes han intentado advertir del peligro, han sido tildados de agoreros y apartados de la vida pública. Tampoco nadie quiere oír una verdad terriblemente inquietante. A saber; que si en el año 2000 el gasto en pensiones era de 60.000 euros , en este 2018 superará los 130.000. Hagan ustedes números y díganme cómo casan esas cifras con el derroche demagógico que sufrimos cada vez que se olfatean urnas. La realidad es que no casan. No hay modo de que casen. Pese a lo cual faltan decencia y coraje para emprender, todos a una, las dolorosas reformas indispensables en el empeño de garantizar un futuro a quienes pagan, por obligación, sin esperanza de ir a recibir. O sea, a las futuras víctimas de esta huida hacia adelante tan parecida a una estafa.

El Pacto de Toledo se fraguó precisamente con el propósito de sacar las pensiones de la pugna partidista, actuar con responsabilidad y renunciar al empleo de munición electoral tóxica con los jubilados. Hasta donde me alcanza la memoria, ningún partido lo ha cumplido nunca. Ocho millones y medio de votantes son un caladero demasiado goloso como para andarse con escrúpulos. De manera que todo vale. Desde las promesas imposibles de cumplir, hasta las movilizaciones teledirigidas a base de mentiras, las ofertas engañosas o las amenazas. Y no sé qué resulta más vil. Si manipular a un colectivo especialmente vulnerable, convenciéndolo de tener derecho a subidas que superan la capacidad de las finanzas nacionales, o tirar con pólvora del rey y tratar de ganarse su voto mediante exenciones fiscales que, como decía antaño Rajoy, «están por encima de nuestras posibilidades», dado que la deuda pública supera ya con creces el cien por cien del PIB . Pongan ustedes nombre a cada partido. Aquí no se libra nadie.

Si nuestros dirigentes tuviesen visión de futuro, si gobernaran o hicieran oposición pensando en España y no únicamente en el poder, el debate de las pensiones se basaría en criterios exclusivamente técnicos y de largo plazo. Dada la catadura de lo que hay, estamos en una subasta que antes o después reventará con consecuencias dramáticas.

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