La vajilla intacta

El mayor éxito de Trump sería que los demócratas acaben buscando un candidato populista en el extrarradio político

Ignacio Camacho

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La consecuencia más dañina, hasta ahora, de la presidencia de Trump es la posible candidatura demócrata de Oprah Winfrey, que viene a ser a escala como si María Teresa Campos se hubiese enfrentado a Jesús Gil. Para sacudirse la frustración de su derrota, la izquierda americana pretende combatir al populismo con más populismo . Eso significa la destrucción de la política, no como élite sino como tradición cultural y hasta filosófica, para entregarla en manos de liderazgos sobrevenidos, oportunistas y advenedizos. Si el gran fracaso de Obama consiste en que su legado final y verdadero ha sido el advenimiento de Trump, el triunfo más claro de éste sería que sus rivales recurriesen a un espejo del trumpismo: que renunciasen a sus teóricos principios para buscar el antídoto a su desconcierto en una contrafigura -también se habla de Zuckerberg, el dueño de Facebook- del extrarradio político.

Los demócratas aún no se han dado cuenta de que, como todo populista, el actual presidente vive de fabricarse enemigos . La oposición enrabietada, colérica, que le hacen sólo sirve para demostrar lo difícil que les resulta digerirlo. No acaban de entender hasta qué punto sus furibundos ataques viscerales rebotan en un electorado coriáceo que continúa apoyando a Trump porque representa el envés de ese sedicente progresismo. Y en su cabreo indisimulado, feroz, intragable, con extremos ridículos, lo hacen más fuerte y lo consolidan en su estilo.

En este primer año de mandato, el magnate de la pelambrera se ha revelado como lo que parecía: un dirigente estrafalario y compulsivo . Arma barullo con su agresiva verborrea y varias veces al día rebate a sus enloquecidos colaboradores y se contradice a sí mismo. Sin embargo no ha roto nada de momento, salvo algún acuerdo diplomático saboteado con ese rudo desparpajo tan suyo, faltón, chabacano y descomedido. La vajilla de la Casa Blanca está intacta y los muebles continúan en su sitio. El inquilino gesticula, amenaza, escandaliza y vocifera, pero el sistema institucional permanece sólido, tan ajeno al zarandeo del comandante en jefe como a las profecías jeremíacas que vaticinaban un cataclismo. De momento, hay que añadir, porque ante un tipo tan inestable nunca se puede descartar cualquier clase de estropicio.

Pero el mayor destrozo que puede hacer es el contagio de su método, si es que lo tiene: la extensión de su impronta, la generalización de su sello. Eso constituiría su mayor éxito, al margen del mayor o menor cumplimiento de su programa y de la implantación de su proyecto. Si al Trump ventajista, entrometido e indiscreto se le enfrenta un personaje similar, un arquetipo que desde la ideología opuesta se aproxime a su paradigma intrusivo, habrá triunfado su ejemplo. Y entonces su zafio amateurismo, su osada demagogia, su capricho temerario, imprudente y mostrenco no será un accidente sino un modelo.

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