EDITORIAL

Torpe adiós de Gran Bretaña a la Unión Europea

El resultado del Brexit debe dejar claro que es mejor estar dentro que fuera de Europa, sin que pueda interpretarse como una venganza o represalia, sino como pura lógica

MADRID Actualizado: Guardar
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A las 13.20 horas de ayer se consumó la entrega oficial de la carta del Gobierno británico al presidente del Consejo Europeo, anunciando su intención de abandonar la UE. Si hasta entonces existía la posibilidad de revertir este desgraciado proceso, a partir de ese instante todo cambió y, aunque las negociaciones se desarrollen de la mejor manera, no existe ninguna posibilidad de que las consecuencias sean buenas ni para la UE ni, mucho menos, para Gran Bretaña. El objetivo del proceso que ahora comienza ha de ser, como ayer repitieron los responsables de las principales instituciones europeas, minimizar los daños que va a provocar la insensata decisión británica de romper con sus aliados de más de cuarenta años.

La UE se ve amputada de uno de sus socios estratégicos esenciales y abre una puerta que jamás creyó que algún país franquearía, pero la peor parte será, sin duda, para el Reino Unido. En el terreno económico, Londres va a perder el acceso a su principal mercado, el europeo, e incluso en el hipotético caso de que el acuerdo final suponga una relación comercial más o menos equivalente a la actual, habrá dejado su puesto en el Consejo Europeo, donde se seguirán tomando las decisiones que determinarán el futuro de ese inmenso mercado. No menos graves van a ser las tensiones políticas provocadas por el Brexit en el interior del país, en Escocia e Irlanda del Norte, ni la perspectiva de que para millones de británicos la vida se vuelva ahora más difícil, con la súbita aparición de fronteras y distancias que hasta ahora no existían. Por ello, resulta esencial clarificar cuanto antes las consecuencias concretas para los ciudadanos, tanto para los europeos que viven en el Reino Unido como para los británicos residentes en la UE.

Para enturbiar más las cosas, los primeros escarceos muestran enfoques opuestos de la negociación: Londres pide poner todo sobre la mesa –mezclando las condiciones de la salida con las de la futura relación– para ampliar su capacidad de maniobra, mientras que los europeos dicen, con razón, que hay que negociar primero la separación y que solo una vez divorciados se puede empezar a entablar una nueva relación. Del lado europeo, todos los pasos deben tener como objeto preservar los intereses de la UE por encima de todo, con un resultado final que debe dejar claro que es mejor estar en la Unión que fuera de ella, sin que esto deba interpretarse como una venganza o una represalia, sino como pura lógica.

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