David Gistau - Lluvia ácida

Tony Montana

No queda ya sino meterle sicarios en el jardín, antes de darle tiempo a tomar rehenes entre la militancia

David Gistau
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El momento de vida en que está iguala a Pedro Sánchez con Tony Montana cuando, al final de «El precio del poder», espera en su despacho, con una metralleta en cada mano, a los sicarios que se le han infiltrado en el jardín. La diferencia es que, para darse coraje, no lo veo sepultando el rostro en una montaña de cocaína, sino absorbiendo el aire de un balón de baloncesto como si fuera helio. «I’m a political refugee», decía Tony Montana, para que vean ustedes que, incluso antes del advenimiento de Podemos, a cualquier propósito le cabía ya una coartada política.

Terminar su carrera no debería constituir un drama para Pedro Sánchez, aunque sólo sea porque así dejaría de escuchar los chillidos de Iceta, que parece pedir auxilio subido a un taburete porque ha visto el ratón de la Derecha.

La muerte por balacera que ha elegido Sánchez a lo Tony Montana parece el desenlace adecuado para un personaje al que no puede negarse una capacidad de resistencia vietnamita, una audacia insensata característica de los «suicidios por policía» e incluso un instinto de supervivencia, ajeno a todo escrúpulo, que en las últimas instancias lo ha llevado a aliarse contra su propia organización con las bandas más gamberras que ocupan los barrios periféricos de la izquierda. Agréguese a esto su empleo patotero de la militancia, ante la cual sus críticos se arriesgan a pasar por «colaboracionistas» del PP mientras él sostuvo una resistencia ideológica contra una absorción ordenada por los poderes oscuros.

Percibo en la ortodoxia del PSOE, tanto en la que conforma el pasado tutelar como en la que respira ambición de futuro, una cierta incomodidad desdeñosa, casi una reticencia a mancharse las manos: ello se debe a que Pedro Sánchez, incorregible ante los editoriales de El País y las protestas de sus baronías, va a obligar al partido a hacer personalmente el trabajo sucio de su liquidación. Es decir que, no habiendo salido Tony Montana con las manos en alto, no queda ya sino meterle sicarios en el jardín, y ahora mismo, antes de darle tiempo a tomar rehenes entre la militancia para hacerse fuerte en las primarias.

La mezcla de audacia y desesperación puede hacer que, con tal de vivir un día más, Sánchez intente entregar España al delirio distópico tramado por Iglesias. Circunstancia emocionante, esta de Sánchez, que siempre osciló entre la muerte y la presidencia, y que, desde las más hondas simas del fracaso, aún puede pronunciar un abracadabra que nos lo haga amanecer en La Moncloa. La nación necesita otra cosa: el retorno del PSOE hacedor del ciclo actual, el de los valores destruidos por los experimentos de otros dos aventureros que acabaron con los consensos de la Transición -Zapatero y Maragall-, que levante en el ámbito de la socialdemocracia un proyecto que sirva al menos para impedir al PP decir que o gobiernan ellos o nos vamos a «Mad Max». Sucio trámite, primero, el de la ejecución que ya tiene sombras acechando en el jardín.

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