Editorial ABC

Terror global, respuesta global

La comunidad internacional debe tomar conciencia de que la amenaza es común y nadie puede declararse al margen de ella

ABC .

Esta funcionalidad es sólo para registrados

SIN solución de continuidad, tras los atentados de Barcelona y Cambrils, el terrorismo islamista volvió a atacar en la localidad finlandesa de Turku, donde un joven marroquí de 18 años, que pidió asilo en el país en 2016, asesinó a puñaladas a dos viandantes e hirió a seis más. Horas más tarde, en Surgut, ciudad rusa de Siberia Occidental, otro atacante hirió con un arma blanca a ocho personas antes de ser abatido por la Policía. El autodenominado Estado Islámico reivindicó poco después este ataque. Estos episodios de terrorismo global, unidos a los que golpean sistemáticamente a países como Siria e Irak, entre otros del ámbito musulmán, dibujan la dimensión de la amenaza yihadista y fijan las condiciones para su derrota. La primera de ellas es la toma de conciencia por la comunidad internacional de que la amenaza es común y nadie puede declararse al margen de ella. Este terrorismo de la yihad global carece de cualquier justificación oportunista que pretende culpar a las democracias occidentales, argumento tan del gusto de una parte de la izquierda occidental. El terrorismo del Estado Islámico y de Al Qaida, agazapada tras el protagonismo decadente de la que fuera su escisión -y a la espera de recuperar el liderazgo de la yihad internacional-, son el reflejo de un sentimiento de frustración e impotencia de una parte del Islam ante la libertad que representa Occidente, contra el que vuelcan todo su odio. La situación es grave y lo será más a medida que el Estado Islámico continúe perdiendo territorio bajo su control. No en vano el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha propuesta una coalición para combatir al Daesh.

La segunda condición es aceptar también que la leyes ordinarias no son suficientes para prevenir este terrorismo. La muerte de los cinco terroristas que quisieron atacar en Cambrils es la muestra trágica de la disyuntiva en la que está planteada la cuestión: o ellos o nosotros. Toda democracia debe defenderse llegado el caso con medidas extraordinarias, sin superar los límites que las diferencian de las dictaduras, pero sin caer en autolimitaciones absurdas. Podemos insistir en que nuestra mejor respuesta es continuar con la vida diaria normal, pero asumamos que esto no es posible si un terrorista con una furgoneta siega la vida de trece personas a media tarde de un día de agosto en la Rambla de Barcelona. Las democracias europeas han demostrado su generosidad con quienes ahora las atacan: asilados o refugiados, subvencionados con ayudas públicas, beneficiarios de sus redes educativas, sanitarias y asistenciales. El buenismo sentimentalista no funciona cuando el enemigo parasita a su víctima. El campo de batalla no está solo en Irak o Siria. También en los pliegues de las sociedades del bienestar europeas.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación