Salvador Sostres

Las terceras elecciones

Perder un año es un precio asumible si barremos para siempre a los populistas

Salvador Sostres
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El primer gran populismo fue votar a Obama por el color de su piel, pudiendo tener de presidente al senador McCain. Luego vinieron los franceses, que teniendo a Sarkozy votaron a Hollande; y hasta los ingleses han perdido la dignidad con el Brexit. El populismo ha arrasado en las naciones más importantes, menos en España. Por lo tanto, tendríamos que remontar «at once» esta vergüenza añadida que sentimos los españoles por cualquier cosa que nos pasa, porque aquí Podemos está fuera de combate y cada resultado que obtienen los socialistas es el peor resultado de su historia.

Ha sido mucho más devastadora y peligrosa la presidencia de Obama que si los americanos hubieran repetido dos o tres veces las elecciones; y los británicos serios quieren repetir el referendo del Brexit.

Las terceras elecciones en España no son el escenario ideal, pero Ciudadanos regresaría a la insignificancia de la que nunca tendría que haber salido, Podemos quedaría definitivamente en vía muerta y los socialistas descenderían hasta su próximo «peor resultado de la historia». Podrían coleccionarlos.

Si Rivera y Sánchez continúan ensimismados en su fatua vanidad de gallos sin corral, las terceras elecciones podrían ser el aseo estructural que necesita España. Sánchez pretende todavía alcanzar la Presidencia con el apoyo de Podemos y la abstención de Ciudadanos, y por eso Rajoy no quiere presentarse a la investidura sin los apoyos necesarios: es un ejercicio de responsabilidad intentar evitar por todos los medios que España caiga en las garras de un gobierno tan nefasto. Hasta Rubalcaba se refiere a tan grotesco conglomerado como el «Sanchezstein».

Por su parte, Rivera es un narciso que pasea con su espejo por Barcelona, y odia a Rajoy por el mismo motivo que la madrastra a Blancanieves. Su «primer paso de una larga caminata» es una falacia para simular que se mueve, para que Rajoy acuda confiado a la investidura y usar entonces cualquier excusa para traicionarle.

En este contexto diabólico de perversión e inmadurez, perder un año es un precio asumible si barremos para siempre a los populistas de izquierda y derecha -Podemos y Ciudadanos- y volvemos al bipartidismo con un PSOE -eso sí- reducido al tamaño político y moral de su líder. El PP tiene que perderle el miedo a las terceras elecciones, porque ha hecho y está haciendo todo lo que puede por evitarlas: ganar las dos anteriores, y las segundas por más margen; estar dispuesto a pactar los 125 puntos del pacto que suscribieron Sánchez y Rivera para la investidura fallida del primero tras las elecciones del 20 de diciembre; y hasta ofrecer un gobierno de coalición a los dos partidos claramente perdedores.

Tal como Rajoy supo aguantar cuando todas las histéricas le gritaban que pidiera el rescate, con aquella Rosa Díez al frente, tendrá ahora que driblar a los que en nombre de la pureza de la democracia le urgen a poner fecha a la investidura cuando lo único que pretenden es llegar al poder a cualquier precio, sin haber ganado las elecciones y con unos aliados que son y representan exactamente lo contrario de lo que España significa dentro del todavía gran proyecto europeo.

Al presidente Rajoy no sólo no tienen que avergonzarle unas terceras elecciones, sino que está en condiciones de poder decir con orgullo que gracias a él y a su partido, España no ha caído en el oprobio de tener un gobierno populista, como ha sucedido en algunas de las naciones más importantes del mundo.

La libertad es un deber y tiene un precio.

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