Ignacio Camacho

Telexenofobia

La televisión es parte esencial del proyecto nacionalista de deconstrucción ideológica del Estado

Ignacio Camacho
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Educación y propaganda. Planes de estudio y televisiones de cabecera. El éxito de los nacionalismos frente al Estado se debe sobre todo al concienzudo cumplimiento de un plan de evangelización que se inculca en la escuela y utiliza las cadenas autonómicas como caja de resonancia. Pedagogía para los niños y comunicación para los adultos: con esos instrumentos se ha ejecutado la demolición del concepto de España.

Poco tiene, pues, de asombroso que un programa de la ETB haya denigrado con estereotipos soeces la imagen, el carácter y los símbolos españoles. La tele vasca y, sobre todo, la catalana son máquinas expendedoras de telebasura política y de consignas al servicio de sus patrocinadores. En éste último punto, el de la exaltación sonrojante del Gobierno de turno, se diferencian poco del resto de emisoras regionales, en cuya comparación la complaciente TVE, siquiera por estar sometida a mayor presión, se antoja de una ejemplaridad edificante.

También comparten el escandaloso despilfarro de dinero público y un balance deficitario que en total consume alrededor de 700 millones. Los ¡¡siete canales!! de TV3 son la principal herramienta de difusión del mensaje secesionista, impregnado de xenofobia, mentiras y distorsiones. La Generalitat regatea recursos a servicios fundamentales -¿se acuerdan de la deuda con las farmacias?- pero jamás discute inyecciones financieras a una estructura mediática cada vez más inflada en sus costes.

Con la excepción de Valencia, donde el PP cerró Canal Nou aunque el gobierno de izquierdas trata de reabrirlo, y de la quebrada Telemadrid postaguirrista, las autonomías tratan de blindar por todos los medios el juguete favorito de sus rectores. La televisión, con sus sobredimensionadas plantillas, es el último organismo al que aplican recortes. Para Cataluña y el País Vasco se trata de una cuestión estratégica, relacionada con la hegemonía del pensamiento dominante; parte esencial del aparato de poder que garantiza al nacionalismo no sólo el control efectivo de la información sino una posición de ventaja en la creación de marcos mentales. Justificados como difusores de la identidad cultural autóctona, los canales propios se han convertido en armas de intoxicación masiva, puros dispositivos de combate.

Todo eso ocurre en medio de una general pasividad política y pese al marco de intervención fiscal que impone severas medidas restrictivas del gasto. Ni siquiera los partidos de oposición, que en cada territorio aspiran a apoderarse del eficaz artefacto, levantan demasiado la voz y apenas se quejan de otra cosa que de parcialidad en el trato. En el ruidoso debate sobre el dispendio administrativo falta un cuestionamiento serio de estas fábricas de sectarismo que funcionan con el combustible de un déficit millonario. Ésta acaso sea la única nación que subvenciona la deconstrucción ideológica de su propio Estado.

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