Isabel San Sebastián - El Contrapunto

Con separatistas no se pacta

El nacionalismo es insaciable y siempre pone un precio imposible de pagar

Isabel San Sebastián
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¿Es realmente inevitable? ¿Tan escasos de orgullo andan algunos de nuestros dirigentes como para mendigar el respaldo de quienes quieren romper España y no pierden ocasión de ofenderla? ¿No hemos aprendido nada de las experiencias pasadas?

Pensábamos que la brutal escalada separatista protagonizada por los partidos que conforman el Gobierno de Cataluña serviría de antídoto contra eventuales tentaciones apaciguadoras, pero nos equivocábamos. Cuanto más elevan ellos el listón del desafío, más «comprensión» encuentran por parte de los llamados a pararles los pies. Cuanto más gastan en «construcción nacional» (esto es, en medidas destinadas a allanar el camino hacia la secesión unilateral), más dinero reciben de las arcas que alimentamos a escote todos los españoles con impuestos confiscatorios. Cuanto más se ríen del ordenamiento jurídico, más laxa es la actitud de los órganos encargados de velar por que se cumpla la Ley.

Resumiendo; no solo les salen gratis todos y cada uno de sus quebrantamientos, sino que reciben premio. ¿Por qué razón iban a recular? Ya quisieran las demás comunidades ser tratadas con el mismo guante.

Hace casi dos años, el 9 de noviembre de 2014, la Generalitat encabezada por Artur Mas se fumó un puro con la Constitución y varias sentencias judiciales para celebrar un referéndum ilegal. Se nos dijo entonces que aquello tendría consecuencias graves para los instigadores de tamaña afrenta a la democracia. Pero llegado el momento de materializar esas «consecuencias», coincidiendo con la búsqueda de apoyos para la formación de la Mesa del Congreso y la investidura de un presidente, la Fiscalía, dependiente del Ejecutivo, retira la única acusación susceptible de suponer cárcel para los imputados y deja su petición en una pena de multa, en el mejor de los casos. O sea, que se irán de rositas y seremos nosotros, los contribuyentes, quienes pagaremos como siempre la factura. Curioso ¿no?

Hace apenas unos días, el líder de Esquerra Republicana, encargado de las finanzas autonómicas, venía a pedir árnica a Madrid y recibía el oxígeno necesario de ese ministro de Hacienda implacable con cualquier moroso, excepto los separatistas. Recibía el correspondiente auxilio pero salía llorando, porque el victimismo es a su causa lo que el calor al verano y, además, funciona siempre.

La impunidad con la que la corrupción ha campado a sus anchas en la administración pública catalana durante décadas, ese famoso «tres por ciento» del que ya habló Maragall, está directamente ligada a la dependencia política de los gobiernos centrales respecto de las fuerzas nacionalistas. La radicalización sostenida de la apuesta independentista, también. Ahora que creíamos neutralizada al fin la capacidad de chantaje de esos partidos, con el final del bipartidismo y la instauración de un mapa político distinto, volvemos a encontrarnos con la vieja estrategia de siempre: subastar secretamente parcelas de soberanía, de presupuesto y de dignidad, a cambio de respaldos efímeros ajenos a la lealtad.

Zapatero puso el primer clavo en el ataúd del PSOE cuando profirió aquello de «aceptaré lo que venga de Cataluña», coherente con su idea de que «la Nación es un concepto discutido y discutible». Rajoy podría hacer lo propio con el PP, si cae en la tentación de poner España en almoneda con tal de volver a La Moncloa. Búsquese los votos o abstenciones que precisa donde sea, pero sepa que el nacionalismo es insaciable y siempre pone un precio imposible de pagar. Con separatistas no se pacta.

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