Seguirá sin haber independencia

Retorno a la casilla de salida con una mayoría parlamentaria independentista, pero esta vez sin la independencia como objetivo plausible

Manuel Marín

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Cataluña volverá donde siempre estuvo. Retorno a la casilla de salida con una mayoría parlamentaria independentista, pero esta vez sin la independencia como objetivo plausible. Primero, porque aunque pretendan proponer la secesión de Cataluña en los próximos meses por vías legales no sería admisible aceptarla en el Congreso de los Diputados, y segundo porque por la vía ilegal ya conocida de una declaración unilateral de independencia volverán a encontrarse con el Código Penal y el artículo 155 de la Constitución enfrente. El constitucionalismo no ha suspendido su reválida. Muy al contrario, el avance de Ciudadanos como sustituto consagrado del PP a la hora de enarbolar un mensaje en clave nacional en Cataluña, es revelador de que Cataluña sigue rota en dos mitades. Dos mitades políticas, pero también emocionales. Una fractura en toda regla que será difícil de gestionar.

A su vez, los resultados no pueden ser interpretados como un aval político a la futura independencia de Cataluña. Los comicios no han sido un sustitutivo de las farsas que supusieron el 9-N en su día, y el 1-O este año. Los catalanes deberán remar con el independentismo como un modo de vida, como una opción legítima pero irrealizable, y con la secesión como coartada para un negocio…, pero no con la ruptura unilateral como objetivo realista.

Desde esta perspectiva, Cataluña retorna al minuto antes en que Artur Mas, y después Carles Puigdemont, impulsasen el golpe de Estado y emprendiesen un camino de no retorno. Primero, la mayoría consagrada deberá alcanzar un acuerdo político de coalición de Gobierno, algo complejo por varios factores. El principal de ellos, las brutales heridas abiertas entre ERC y PdeCat tras la fallida experiencia de Junts Pel Si, y la incógnita de saber el precio del chantaje que puedan imponer la CUP o los Comunes.

El segundo, la difícil tarea de proponer un presidente dadas las previsibles condenas penales y próximas inhabilitaciones tanto de Puigdemontcomo de Oriol Junqueras. Y el tercero, la necesidad de reactivar un proyecto político centrado en la gestión del día a día de los catalanes y no en mantener una farsa identitaria sin visos de fructificar en una secesión real.

El Gobierno que pueda surgir si no se produce un bloqueo de investidura, y si se evita la opción posible de repetir las elecciones, tendrá el doble objetivo de empezar a suturar la enorme fractura social creada, y gobernar con respeto a la legalidad vigente y, por tanto, a la Constitución. Cualquier otra alternativa necesariamente supondrá la reactivación del artículo 155. El Estado de Derecho no podrá permitir más afrentas, y no está previsto que si llega a abrirse realmente el melón de una reforma constitucional, lo haga para abrir en canal el modelo de Estado y satisfacer al independentismo catalán.

Así, no resulta procedente un análisis que sostenga que, no habiendo aval mayoritario en Cataluña a la aplicación del artículo 155, eso suponga que deba derogarse como si nada hubiese pasado. No habrá opción legítima a dar por finiquitado el 155 si persiste cualquier compromiso, por sutil que sea, de continuar de modo unilateral con un proceso separatista.

Una última clave preocupante para el futuro de Cataluña, la más preocupante junto a la brecha emocional abierta en la sociedad, es la económica. Se abren semanas de incertidumbre para la designación de un nuevo presidente y un nuevo Gobierno. Incluso, meses. Es un tiempo que el mundo financiero y empresarial no puede permitirse sin tener unas mínimas garantías de estabilidad que, a día de hoy, y con la fuga ya de 3.000 empresas sin visos de retorno, no existen.

Sea cual sea la mayoría que se conforme, Cataluña deberá pasar página. Resulta inquietante ese desapego mayoritario por el constitucionalismo en Cataluña. Pero será ineludible enterrar el “procés” definitivamente y afrontar el futuro con criterios de pragmatismo político, sin nuevos desafíos al Estado de Derecho, y con una voluntad cierta de resolver los muchos problemas de Cataluña. Hinchar un globo separatista de nuevo sería incurrir en otra ilusión óptica bajo el riesgo cierto de arrastrar a Cataluña a su ruina política y económica.

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