José María Carrascal

Rita Barberá, in memoriam

De seguir viviendo, su vida iba a ser un calvario, un tormento, como fueron los últimos meses

José María Carrascal
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Voy a decir dos barbaridades. Pero cuando la realidad es bárbara, no hay más remedio que exponerla para que no se pudra y amplíe en el silencio. La primera barbaridad es que Rita Barberá eligió, si se elige, el mejor momento para morir. De seguir viviendo, su vida iba a ser un calvario, un tormento, como fueron los últimos meses. Incluso si el Tribunal Supremo la hubiera absuelto o el fiscal hubiese retirado los cargos al no haber pruebas suficientes, la persecución, el acoso, la cacería no iban a cesar. Al revés, se acentuarían al comprobar que se les había escapado la presa. No me estoy refiriendo a la Justicia, sino a quienes se creen por encima de ella y no respetan la presunción de inocencia ni otras normas elementales del Estado de Derecho desde una supuesta superioridad moral basada en la ideología.

Si no la han respetado muerta, puede imaginarse lo que habrían hecho de haber seguido viva: la habrían linchado con sus escraches, sus insultos, sus agravios, como ya hicieron al salir de declarar ante el Supremo. Iban a hacerle la vida imposible, porque quienes confunden silencio con homenaje, ante la única realidad trascendente de la vida, que es la muerte, son incapaces, en su ruindad, de perdonar que alguien les haya derrotado durante un cuarto de siglo y que, junto con sus errores, haya cambiado para mejor su ciudad, a la que consagró su vida. Ese tormento se ha ahorrado Rita Barberá muriendo en un hotel de Madrid una fría mañana de noviembre.

La segunda barbaridad que quería decirles es que, con su muerte, Rita Barberá ha hecho el último favor a su partido, su otro amor, junto con Valencia. Cuando el fantasma de la corrupción vuelve a acosar a un PP que intenta poner en marcha España, esta muerte nos ha hecho recordar a todos que la política no es "la destrucción del contrario", como era la guerra para Clausewitz, sino "el arte de lo posible", como dijo otro prusiano, Bismarck. Y que, en democracia, al destruir al otro, se destruye en parte uno mismo. Aparte de que, en esto de la corrupción, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Aunque puede que la mayor de las corrupciones sea el creerse perfecto, mientras que los rivales son basura, prescindibles por tanto, base del pensamiento totalitario de izquierdas y de derechas.

Sin duda, lo que más dolió a Rita Barberá fue el abandono de su partido, al no esperar nada de los adversarios. Pero supo afrontarlo como lo que era: como una luchadora que cree en su causa. Estaba convencida de no haber cometido delito y se marchó al Grupo Mixto del Senado para poder defender ante las más altas instancias su inocencia, algo que posiblemente habría conseguido. Pero eran demasiadas cosas, demasiado tiempo, y, al final, su corazón dijo basta, silenciosamente, en la habitación de un hotel. Aquellos que, dentro de su partido, intentan utilizarla para atacar a la directiva no son dignos de ella. Descansa en paz, Rita Barberá, lo tienes merecido.

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