Álvaro Martínez

Risas que hielan

Kim Jong-un se entretiene matando a su pueblo para lo cual sigue una acendrada tradición familiar que comenzó su abuelo

Álvaro Martínez

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No hay una sola imagen de Kim Jong-un en la que quienes le acompañan –normalmente personas uniformadas– no aparezcan riéndose. Ni una, quizá porque la siguiente foto del que no se ría habría que tomarla en el cementerio. El propio sátrapa siempre sale como si acabara de contarles un chiste mientras, por ejemplo, aprieta el botón que activa un misil lanzado para acobardar al mundo o cuando recorre las tripas de uno de esos reactores nucleares del régimen, con esa escenografía de máquinas analógicas que parecen salidas de una viñeta de Tintín de principios de los setenta. La sonrisa del dictador de Pyongyang persigue realmente helar la sangre del planeta, como el sádico que, serrucho en mano, se carcajea ante su víctima maniatada en una camilla.

Mientras se decide a acabar o no con la Humanidad, Kim Jong-un se entretiene matando a su pueblo para lo cual sigue una acendrada tradición familiar que comenzó su abuelo (Kim Jong-sung) en 1948 y en la que perseveró su padre (Kim Jong-il) desde 1994 hasta que, en 2011, dejó a su orondo y sonriente hijo bien colocado al morir. En Corea del Norte casi nada ha cambiado desde hace setenta años, apenas varía lo que sigue al guión del nombre del Líder Supremo. Da igual que ponga sung, il o un, el pueblo muere de hambre o es liquidado si se le ocurre rechistar o salirse de la fila india que se pierde hasta el horizonte del paralelo 38.

El modelo en la región lo marcó Mao con la llamada "Revolución Cultural" de China que con tanto entusiasmo aplaudieron intelectuales de la izquierda europea de los setenta, como Sartre o Simone de Beauvoir, que se rompían las manos ovacionando los pasos del Gran Timonel. El experimento se saldó con 70 millones de chinos muertos, entre las purgas y las hambrunas, el mayor genocidio conocido en tiempos de paz . Ni Stalin en la Unión Soviética.

Hoy, que hasta algunos comunistas se casan con chaqué (al menos en La Rioja), quedan muy pocos ejemplos gobernantes de esa calamidad ideológica que, una vez en el poder, siempre se ha demostrado letal para el pueblo. Aun así hay quien se empeña en reivindicar su papel en la Historia y en reírle las gracias, con una sonrisa tan falsa y fría como las de las fotos del loco de Pyongyang.

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