Retórica y obediencia

En una nueva fanfarronada táctica Torrent ha avanzado que no propondrá en el futuro a otro candidato

Manuel Marín

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La decisión del presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, de «aplazar» sine die la celebración de un pleno de investidura tiene mucho de retórica y más aún de obediencia forzada. Es cierto que no ha suspendido el Pleno a la espera de proponer hoy mismo a otro candidato que no sea Carles Puigdemont, y que en una nueva fanfarronada táctica Torrent ha avanzado que tampoco propondrá en el futuro a otro candidato distinto. Está por ver que sus palabras no queden rectificadas en unas semanas, pero de momento la parálisis institucional prolonga este vodevil de modo indeterminado.

Por un lado, todo en Torrent es retórica en busca de un nuevo choque institucional con el que diluir responsabilidades. Puigdemont es su candidato, ha alegado que el expresidente de la Generalitat tiene todo el derecho a ser investido de nuevo pese a que, mientras siga huido, se lo ha prohibido expresamente el Tribunal Constitucional de modo cautelar, y en su mente no está hoy la idea de proponer a un «candidato blanco» alternativo. Así cubre las apariencias de «resistencia» ante el electorado separatista, se reafirma en el chantaje al Estado y deja en barbecho la elección de un nuevo Gobierno que ponga fin a la aplicación del artículo 155. Sin embargo, la maniobra es más sutil: Torrent desplaza la responsabilidad hacia Junts per Catalunya, para que sea su grupo parlamentario el que decida poner fin al periplo paralizante de Puigdemont. Torrent se limita a desplazar el balón con una patada a seguir, y ya botará en otra parte del campo alejada de la portería para que sean los diputados del partido de Puigdemont quienes terminen por «sacrificar» a su candidato, de modo que ni él ni ERC sufran desgaste alguno en la apariencia de que mantendrán el desafío eternamente sin cortarlo de raíz.

No obstante, la gran novedad es que Torrent se ha negado a desobedecer al Tribunal Constitucional. No ha sucumbido realmente a las presiones de Puigdemont, ni se ha convertido en un rehén de JxC. A priori, es una buena señal. La solución intermedia que ha adoptado Torrent esta mañana no es la más deseable para Cataluña porque aumenta la incertidumbre política y perpetúa esta tragicomedia. Pero al menos no ha incurrido en el error del desacato imponiendo un pleno en ausencia del candidato, que necesariamente habría supuesto una desobediencia taxativa. Torrent no quiere repetir los abusos de su antecesora, Carme Forcadell, porque es plenamente consciente de que la incoación de un procedimiento penal acabaría en unos meses con su inhabilitación como diputado y, por tanto, como presidente de la institución.

La lógica indica que los partidos separatistas no deberían estar dispuestos a bloquear el Parlament hasta la repetición de elecciones. La mayoría en escaños de la que ahora gozan podría estar en peligro si se concurre de nuevo a las urnas. Y ese es un riesgo que ni ERC ni una buena parte de los diputados de JxC querrían correr. Sin embargo, todo en Cataluña resulta tan confuso, tan viciado por las emociones y tan alejado de los convencionalismos políticos racionales que cualquier solución es posible. Cualquiera, menos un intento a la desesperada de Ciudadanos por investir a Inés Arrimadas... La aritmética no le cuadra a Albert Rivera. Bien. Pero sin siquiera hacer el amago de ofrecer una negociación política abierta que rescatase a Cataluña de este estancamiento, no se sabrá la viabilidad real de esta legislatura.

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