Editorial ABC

Rebatir ya las mentiras separatistas

La crisis anticonstitucional desatada en Cataluña se apoya en un relato de ficciones y mentiras frenta al cual no se ha opuesto otro veraz con igual o mayor eficacia

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El discurso que blanden los independentistas para vender su utopía pivota sobre una serie de falacias y ensoñaciones que no resisten el más mínimo análisis, ya que su objetivo no es decir la verdad ni advertir de los riesgos que implica esta desnortada deriva, sino fomentar el odio hacia España y embaucar a la población con falsas promesas. ABC recopilará de aquí al domingo esta colección de embustes. Lo único cierto es que Cataluña aporta el 19 por ciento del PIB español y supone el 25 por ciento de sus exportaciones, pero, a partir de ahí, los nacionalistas ocultan el enorme revés que conllevaría la independencia. La primera gran mentira es el manido emblema de «España nos roba», cuyo uso ha servido a la Generalitat para construir un maniqueo victimismo bajo el que esconder su nefasta gestión y culpar al Gobierno central de todos los problemas. Las balanzas fiscales del Ministerio de Hacienda demuestran que la autonomía que más aporta a la solidaridad territorial es Madrid, con más de 19.000 millones de euros, casi el doble que Cataluña. Además, Puigdemont y sus socios olvidan que el Ejecutivo ha inyectado más de 50.000 millones en las cuentas catalanas para mantener los servicios básicos y evitar la quiebra de la Generalitat.

A este engaño se suman las supuestas ventajas que implicaría la ruptura con el resto de España, cuando, en realidad, sería un absoluto desastre . La secesión se traduciría en una caída de hasta el 30 por ciento del PIB por el desplome comercial. En una economía como la catalana, donde las exportaciones son su principal motor, romper con España y, por tanto, con la UE supondría la aplicación de aranceles, con el consiguiente descenso brutal de las ventas al exterior. Y ello sin contar que se agravaría el éxodo empresarial que ya sufre esta región debido a la inseguridad jurídica que está provocando el separatismo. Como resultado, la tasa de paro se duplicaría, rebasando el 35 por ciento.

Asimismo, el abandono del euro y el fin del paraguas que ofrece el BCE desencadenaría una fuga de capitales y una intensa contracción del crédito que, sumada a la fuerte devaluación de su moneda, acabarían empobreciendo al conjunto de los catalanes. Por último, la Generalitat también tendría que asumir la parte proporcional de la deuda que le corresponde del Estado, de modo que su endeudamiento rondaría el 115 por ciento del PIB, haciendo inviable la sostenibilidad de las cuentas públicas, incluyendo el pago de las pensiones, ya que Cataluña acumula el 25 por ciento del déficit de la Seguridad Social.

Lejos de las soflamas que lanza el nacionalismo, la independencia sería un suicidio a nivel político, económico y social. Su discurso es fruto de la irracional ofuscación sentimental que padecen los separatistas y su particular proyecto etnicista de ingeniería social que pretenden imponer a la población, pero su contenido está vacío de realidad. La independencia no es la solución, sino el problema de Cataluña.

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