José María Carrascal

El problema está en el PSOE

Como secretario general, Sánchez tiene la iniciativa y confía en el respaldo de la militancia

José María Carrascal
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CONFIRMANDO que los españoles damos más importancia a lo secundario que a lo principal –error de perspectiva que explica por qué hemos errado tantas veces el camino a lo largo de nuestra historia–, no hablamos más que de Rita Barberá, que es pasado, en vez del desconcierto que reina en el PSOE, que es presente y futuro, cada vez más negros. Aunque no es sólo nuestra vieja tara óptica lo que nos induce al error. Hay también mucho cálculo, mucha astucia, mucho interés en que se hable de la exalcaldesa de Valencia para tapar que Griñán y Chaves están acusados de delitos mucho más graves. Rita Barberá terminará triturada por sus errores de gestión y por el puritanismo que de repente se ha declarado en España –tras haberse tolerado toda clase de sinvergonzonerías durante décadas–, pero lo del PSOE tiene peor arreglo, pues estamos viendo en toda Europa que el socialismo anda de capa caída.

En nuestro caso, la situación se agrava porque, junto a la falta de fórmulas para afrontar la crisis económica que aún colea –ahí tienen a Hollande forcejeando con los sindicatos para imponer unos ajustes que considera esenciales para reflotar al país–, el PSOE se ve paralizado por la lucha entre sus dos almas, la radical, que tiende a la izquierda pura y dura, y la moderada, que busca acomodarse a la nueva situación de un mundo globalizado, en el que quien no se adapta se va por la cañería. Pedro Sánchez capitanea la primera opción, enarbolando los principios –«¡no, no y no a un gobierno corrupto, injusto e incapaz del PP!– y los partidarios de permitir la investidura de Rajoy para someter luego a su gobierno al más estricto marcaje desde la oposición, la segunda. Como secretario general, Sánchez tiene la iniciativa y confía en el respaldo de la militancia. Sus críticos temen que les lleve al desastre porque, para llegar a La Moncloa, los números no cuadran y necesitará el apoyo no sólo de Podemos –cuyo objetivo no tan secreto es deglutirlos–, sino también de los nacional-independentistas, lo que podría significar el golpe de gracia para el partido. Pero Sánchez es hoy un hombre desesperado: o alcanza el gobierno como sea o se va a casa. Así que va a intentarlo. Ante lo que los críticos, que hasta ahora se habían limitado a hablar en privado, empiezan a hablar en público. A la cabeza de ellos, Susana Díaz, la «lideresa en la sombra» del PSOE para cuando Sánchez se queme, advirtiéndole de que, con 85 diputados, no puede formar gobierno y que cuidadito con las amistades peligrosas. ¿La escuchará? Lo dudo. Estas luchas intestinas sólo se resuelven con el asesinato cruento o incruento, como en los dramas de Shakespeare. Lo malo es que ocurre en la España de hoy. Y lo peor, que las luchas internas del PSOE terminamos pagándolas los españoles. Así que prepárense para seguir encontrando a Rita Barberá hasta en la sopa.

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