José María Carrascal

El prisionero de la Quinta Avenida

Los neoyorquinos, un 80% votantes de Hillary, empiezan a desear que Donald se largue, aunque sea como presidente

José María Carrascal
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Si planea darse un garbeo por Nueva York el próximo puente, ni se le ocurra acercarse a Tiffany. Se encontraría rodeado de policías armados hasta los dientes y miradas desconfiadas. Pero no teman, no guardan los diamantes que encantaban a Audrey Hepburn. Resulta que en la otra esquina del mismo bloque está la Trump Tower, cuyos tres últimos pisos ocupa el presidente electo de los Estados Unidos hasta que, el 20 de enero, se mude a una mansión bastante más modesta en Washington, la Casa Blanca. Lo que significa para los neoyorquinos dos meses de algo que parecía imposible: más atascos de tráfico y peatones de los que ya sufren.

¿Cuántos policías vigilan día y noche el entero bloque entre las avenidas Quinta y Madison y las calles 57 y 56? Imposible contarlos, pues forman casi una pared humana.

A los que hay que añadir los que están dentro de la Torre, en los sótanos, en los helicópteros que revolotean por encima. Eso, los de uniforme, pues los hay también de paisano. Y coches patrulla apostados a un bloque o dos de distancia. Los servicios de seguridad habían pedido que se prohibiera el tráfico en aquella zona, y el Ayuntamiento ha accedido a cortarlo sólo cuando el presidente electo salga a comer o a alguna entrevista, como la de ayer con Mitt Romney en su club de golf de Nueva Jersey, para hablar del gabinete. Pero los efectos se notan en todo Manhattan, convirtiéndolo en un concierto de bocinas. Los enterados evitamos la zona y, de seguir así la cosa, estamos dispuestos a perdernos el árbol de Navidad en el Rockefeller Center, los escaparates fantasiosos de los grandes almacenes e incluso las rebajas que anuncian por esas fechas.

¿Son necesarias tantas precauciones? No lo sé, y cuando lo hacen, por algo será. Pero ¿no podría haber un término medio? ¿Llevarle, por ejemplo, en helicóptero o por las alcantarillas a sus restaurantes favoritos? ¿O que comiese en uno de los de su Torre? (en el primer sótano hay una cafetería donde no se come mal). ¿O que se trasladara a otra de sus muchas propiedades inmobiliarias, pero en una ciudad pequeña, que viviría los días más excitantes de su aburrida historia albergando al próximo presidente? Y no sugiero la posibilidad de que salga disfrazado porque no hay disfraz que disimule a Donald Trump, que también lo está pagando, encerrado en sus penhouses empanelados de oro (?) y convirtiéndose en el prisionero de la Quinta Avenida, mientras prepara su gobierno, más difícil de lo que parecía.

¡Lo que ha cambiado todo! Recuerdo que en 1968 el ganador, Nixon, esperó en su piso de la calle 68, esquina Quinta, con sólo dos guardias a la puerta y otros dos dormitando en un coche patrulla. ¡Malditos terroristas del 11-S!

Tanto es así que los neoyorquinos, un 80 por ciento votantes de Hillary, empiezan a desear que Donald se largue, aunque sea como presidente.

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