Ignacio Camacho

Primarias susanistas

La noticia es que Susana Díaz ha ganado unas primarias. Como a ella le gusta: por incomparecencia de adversarios

Ignacio Camacho
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Es noticia: Susana Díaz ha ganado unas primarias. En Andalucía, eso sí, donde el partido aún le come en la palma de la mano. Las ha ganado como a ella le gusta, por incomparecencia de adversarios; como ganó las de 2013 cuando ningún rival obtuvo avales suficientes para disputarle el liderazgo. Como quería ganar las de la secretaría general del PSOE, por una aclamación que Pedro Sánchez cortó de cuajo. Los sanchistas no se han atrevido a promoverle una alternativa, ni siquiera para medir las fuerzas en un territorio que aún consideran poco maduro para disputárselo. El líder nacional tiene en su propia consolidación demasiada faena para dispersar energías en empeños vanos.

Sus partidarios, los de él, van a esperar a Díaz en los congresos provinciales, donde esperan batirla, o al menos ponerla en apuros, en Málaga y Cádiz.

Se trata de hacerle ver que después de la derrota de mayo no tiene el control absoluto ni puede actuar con la tranquilidad virreinal de antes. De aquí al otoño habrá escaramuzas locales; luego el socialismo andaluz se juega lo que más le importa, que es el poder en el que lleva 35 años, y tendrá que aparcar sus cuitas internas para reagruparse. Si algo saben todos en el partido-alfa de la autonomía es que con las cosas de comer no se frivoliza y que la cohesión resulta esencial cuando empiezan a sonar los tambores electorales.

Si no adelanta la convocatoria, la presidenta de la Junta tiene dos años para poner a punto la máquina de ganar que en los últimos tiempos ha descuidado. Ya no tiene la victoria decidida de antemano. El PP de Juanma Moreno aprieta en las encuestas y ha crecido en las calles, en los hospitales y en las aulas una marea de desencanto. El régimen latifundista del PSOE acusa fatiga de materiales y muchos sectores sociales le empiezan a perder el miedo al cambio. La seña de identidad del susanismo, el factor que alienta su resistencia, es la eficacia en la victoria frente a un Sánchez abonado hasta ahora al fracaso. Si pierde en su bastión no sólo será su presente sino su futuro el que se habrá acabado. En principio no cuenta con ello; lo que le da más miedo es un eventual resultado precario que le obligue a pactar con Podemos en vez de con Ciudadanos.

Pero ya no va a vencer sólo con la marca; necesita rendimientos. Su presidencia, siempre interferida por las aspiraciones nacionales, ofrece en su balance muy pocos éxitos. Se han hundido los servicios públicos y el clientelismo requiere un combustible que ahora escasea: el dinero. Su célebre frase a un delegado provincial ingenuo -«¿a ti quién te ha dicho que con la gestión se ganan elecciones?»- ya no funciona; le toca administrar, enderezar el pulso del Gobierno. En las urnas no hay aclamaciones, y si alberga alguna esperanza de revancha, que sí la tiene porque sigue desconfiando de Sánchez, está obligada primero a no fallar en su propio feudo.

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