¿Presidente, expresidente o qué?

El nacionalismo catalán se ha convertido en una olla de grillos donde todo el mundo pega voces y nadie escucha

José María Carrascal

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A día de hoy, el mayor problema de soberanismo catalán, y miren que los tiene gordos, no es Rajoy, sino Puigdemont , que no quiere ser investido presidente. No han leído mal ni es una errata: Puigdemont no quiere ser investido presidente por considerar que ya lo es, desde que fue elegido en las penúltimas elecciones, sin importarle que lo haya destituido el artículo 155 de la Constitución , que no reconoce. Si se le añade que intenta tomar posesión sin estar presente, algo que los letrados del propio Parlament rechazan por antirreglamentario, comprenderán el lío entre sus seguidores, muchos de los cuales han pasado por las horcas caudinas constitucionalistas para recobrar la libertad, y le piden que haga lo mismo. El nacionalismo catalán se ha convertido así en una olla de grillos donde todo el mundo pega voces y nadie parece escuchar. Aunque no se hagan ilusiones: al final se pondrán de acuerdo porque están repitiendo la escena de Groucho Marx : «Estos son mis principios, si no le gusta, tengo otros». Lo que hoy les interesa es recobrar el poder y el dinero que lleva consigo. Esperemos que no hagan como hasta ahora, gastarlo indebidamente, que ha llevado a bastantes a los tribunales o a la cárcel.

O ceden los «arrepentidos», aunque sea de mentirijillas, o cede Puigdemont y canta la palinodia como ellos. Apostar es hoy un ejercicio de alto riesgo en España y de despeñarse en Cataluña, pero, aun así, hago mi puesta: como el exiliado parece encontrarse a gusto en Bruselas, buscarán a alguien que piense y sienta como él para recuperar el cargo y el control del presupuesto. ¿Quién? Candidatos, y candidatas, no faltan, la cuestión es que haya para todos, pues nacionalismo y finanzas, como digo, van del brazo. Aunque tendrá que andarse con cuidado, ya vieron lo que ocurrió con el Palau. Y otro tanto con la independencia. Por más que el doble piense y sienta como Puigdemont, en el momento que empiece a actuar como él, 155 al canto.

Va a ser un gobierno bajo control, un pulso de planes y voluntades que no garantizan la vuelta a la normalidad ni a la confianza que pide el dinero. Las empresas que se han ido, desde luego, no volverán hasta estar seguras de que otra ventolera nacionalista no las deje de nuevo con el trasero al aire. Pues los problemas no serán sólo con el Gobierno de Madrid , sino también dentro del Gobierno catalán, cuando las distintas facciones que lo integren se pongan a gritar «¿qué hay de lo mío?». Porque las relaciones entre Esquerra Republicana y como diablos se llame por entonces la desaparecida Convergencia tienden a empeorar en vez de a mejorar. Y no les digo nada cuando la CUP alce la voz para mostrar sus exigencias. Recuerden que la vez anterior lo primero que pidió fue tirar a Mas a la papelera de la historia. Es incluso posible que bastantes catalanes añoren cuando estaban gobernados por el 155.

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