Gabriel Albiac - Cambio de guardia

Lo peor de lo malo

Me gustaría disfrutar de esa matanza entre gentes a las que por igual desprecio. Mas no es hora de disfrute. Y la risa se me hiela

Gabriel Albiac
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El mayor elogio de un político lo escribió Nicolás Maquiavelo en su exilio de 1513. Es un retrato de aquel Papa Borgia, Alejandro VI, que a punto estuvo de lograr la unificación de Italia; a punta de cuchillo, por supuesto. Cabe en una sobria enumeración: «Jamás hizo otra cosa, jamás pensó en otra cosa que no fuera engañar a los hombres, y siempre encontró ocasión para lograrlo; y jamás hubo hombre que tuviera mayor eficacia en afirmar, con los mayores juramentos, una cosa y, al mismo tiempo, preservarse más de observarla; sin embargo, siempre sus engaños triunfaron a la medida de sus deseos, porque conocía bien este aspecto del mundo». Se equivocará quien lea eso como reflexión malévola. No hay un ápice de sarcasmo en el pasaje.

Y sí la fría disciplina de quien cifró la vida en aplicar su inteligencia a una sola tarea: entender las mecánicas del poder, sus eficiencias. De las cuales mentira y crimen son instrumentos.

En la bella mañana del otoño madrileño, me despierta la voz pastosa de Felipe González. Es el túnel del tiempo otra vez, me digo. ¡Qué pereza, Dios Santo! Pero hay que levantarse. Y mi perversidad de disector político me fuerza -bien contra mi placer, lo juro- a retener el sentido de ese untuoso masticar las sílabas. Y, al final, hasta entiendo lo que dice. No es un imitador. Aunque yo siempre tuve la sospecha de que Felipe González era tan sólo un prolijo imitador de Felipe González. Pero, esta vez, la caricatura hasta resulta divertida: «… Me siento engañado por Pedro Sánchez…». Dice.

La máquina de mentir se siente engañada. No cualquiera: la máquina perfecta, aquella que Pascal añoraba, porque si alguien mintiera siempre, pensaba el piadoso solitario del siglo XVII, poseeríamos, al fin, un criterio universal e infalible de verdad: o sea, el paraíso de un matemático.

No hay paraísos en tierra, es una pena. Pero González se parecía bastante al verificador negativo que Pascal ansiaba. «OTAN, de entrada, no…»; y luego, por supuesto, lo que venga. GAL, «ni hay pruebas ni las habrá nunca…»; y Barrionuevo a presidio. ¿Seguimos? No puedo ser objetivo con ese caballero, lo confieso de entrada para jugar limpio. España acababa de salir de medio siglo de dictadura: todo era posible. La trocaron en basurero. Eso detesto de aquel PSOE. Mas no se puede hacer política con los afectos. Eso se queda en casa y con el cerrojo echado. Me asquea el PSOE de la Transición, porque corrompió el alma del país. E hizo de la mentira única norma verdadera. La corrupción económica vendría luego: era casi un pleonasmo. Pero hay peor. Ahora. Peor, si no en lo moral, en lo político.

Comparado a los de Filesa y GAL, confieso que, en lo personal, el desbarrante Sánchez (o el pícaro Sánchez, no lo tengo claro) hasta puede resultarme divertido: en el medio siglo que llevo en esto de la política, desde allá por los lejanos años de la lucha contra la dictadura, no había visto nada que pueda, ni de lejos, comparársele. En el dislate. Pero no confundo mi placer anímico con mis intereses. El jolgorio de Sánchez da directamente sobre el mayor batacazo que haya podido pegarse la España contemporánea. O bien sus conmilitones lo liquidan, o bien él nos liquida a todos. Jamás la estupidez puede, en política, minusvalorarse.

Al lado de este Sánchez, Zapatero es Marco Aurelio. Y González, una versión trianera de Alejandro VI. Me gustaría disfrutar de esa matanza entre gentes a las que por igual desprecio. Mas no es hora de disfrute. Y la risa se me hiela.

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