Vidas ejemplares

Penosos sopapos

Con la herida catalana abierta, los partidos españolistas se lanzan a pelearse entre ellos

Luis Ventoso

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Rajoy sabe que está de salida, por lo que trabaja ya para pulir su perfil en los libros de historia. Necesita completar la actual legislatura, porque de no mediar un cambio de ciclo económico -que con las barrabasadas proteccionista de Trump podría ser-, el presidente español está a solo un año largo de lograr el hito que engalanaría su hoja de servicios: alcanzar los veinte millones de ocupados. Esa cifra redonda le permitiría proclamar que logró dar la vuelta al calamitoso crack que recibió en 2011, lo cual constituiría su legado (amén de haber parado, mal que bien, el golpe separatista). Pero para completar la legislatura necesita la aprobación de los presupuestos, y ahí es rehén del PNV, que está planteando como condición el fin del 155 y que vuelva a haber Gobierno en Cataluña.

A Rajoy, por lo tanto, le viene muy bien para sus intereses políticos que se forme un Ejecutivo en Cataluña cuanto antes, pues así desatascaría el tapón vasco en los presupuestos. Pero la inmensa mayoría de los españoles no compartimos para nada esa urgencia. Al revés, no sentimos deseo alguno de que la Generalitat vuelva a manos locales, porque serán las de los separatistas de octubre. No seamos ilusos. En unos días los independentistas volverán a estar instalados en el Gobierno catalán, porque fuera hace mucho pelete y porque necesitan dinero público a espuertas para engrasar su máquina propagandística. Como fanáticos de su causa, una vez recuperado el poder intentarán al instante lo de siempre: acosar socialmente a los catalanes que se sienten españoles, intensificar el volumen de la propaganda, copar todo el espacio mediático local con sus arengas antiespañolas, volver a montar el tinglado diplomático en el extranjero y dar otra vuelta de tuerca a la educación nacionalista. ¿Y qué han hecho políticamente PP, PSOE y Ciudadanos para detener esa marea que retornará en breve? Nada. Ni siquiera se han atrevido a actuar para que TV3 deje de ser un arma del odio a España y a sus leyes, o para que se cumplan las sentencias sobre el español. Han desoído por completo el clamor a favor del fortalecimiento del Estado que representaban las banderas españolas en los balcones. Han perdido la oportunidad de acometer, mediante el consenso de las tres fuerzas constitucionalistas, una reforma electoral para instaurar la doble vuelta, lo que podría abrir la esperanza de ver un día a un españolista al frente de la Generalitat. Nunca han acometido una política activa y persuasiva favor de España. Se han limitado a aplicar el 155 y dejar la defensa del país en manos de un juez, que en este caso se dio la chiripa de que se apellida Llarena y nos salió bueno.

Pero ayer en el Congreso directamente tocaron fondo. Los partidos españolistas no solo no cierran filas para defender a la nación, como hicieron en su día ante ETA, sino que se equivocan de enemigo y se lanzan a la yugular entre ellos. Rivera, que ya se cree presidente y vive para las encuestas, y Rajoy, que ya solo piensa en su legado, se liaron a sopapos, para felicidad de los independentistas que están urdiendo el Procés 2. El sentido de Estado se ha evaporado en favor de la cutre-calculadora electoral.

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