Hermann Tertsch - Montecassino

Los pecados de Aguirre

Por fin abatida la pieza más codiciada de la jauría

Hermann Tertsch
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Ayer dimitió de su último cargo uno de los gobernantes capaces y uno de los pocos espíritus libres del triste, romo y mediocre escenario político español, Esperanza Aguirre. Por estas características, por sus innegables logros en la gestión de gobierno en Madrid, por su músculo político que tanto humilló en la derrota a sus adversarios y por las cotas de popularidad que llegó a alcanzar, ha sido durante lustros la pieza más codiciada a abatir en la cacería inmisericorde que es la lucha política. Gracias a la irrupción explosiva en nuestra historia contemporánea de un presidente de gobierno socialista llamado José Luis Rodríguez Zapatero, en la España del siglo XXI los adversarios políticos vuelven a ser enemigos. Enemigos a liquidar.

Como en aquella trágica II República que tantos quieren reeditar. De momento no se llama como entonces a la liquidación física del adversario. Como hacía Dolores Ibarruri, cuyo nombre han puesto a calles, plazas y edificios en sustitución de los nombres de escritores y otras personalidades que deben ser olvidados por no haber destacado con hoz y martillo. Aún no se busca la muerte física, basta con la civil.

Desde hace lustros hasta ayer mismo, Aguirre ha encabezado la lista de políticos a destruir. Sus virtudes tanto como sus defectos hicieron de ella la persona más odiada por sus enemigos ideológicos, que nunca le perdonaron sus mayorías. Pero también por quienes en principio deberían haber sido sus meros rivales en el seno de su partido.

El PP despide a Aguirre diciendo que ha sido una «persona relevante». Y tanto. Como que les ha dado las mayorías a los que se presentan como renovadores, cuando llevan 30 años con responsabilidades en el partido. Y sin embargo, Aguirre tiene inmensa culpa en lo sucedido. En lo sucedido al PP y a toda la mayoría social que no quiere una política revanchista de izquierdas, ni una reedición del Frente Popular ni un régimen bolivariano como el que ahora mata a su población de hambre o a tiros. Tantas veces valiente, tantas veces soberbia, no tuvo el coraje en 2008 ni después de romper la baraja para impedir el secuestro por los triunfadores del Congreso del PP de 2008. Ni la conversión del partido en mero aparato de gestión del poder y subsistencia para Rajoy y su gente. La lucha abierta contra la intención de Rajoy de privatizar para sí el PP, desde dentro o desde fuera del partido, habría cambiado el escenario político español. Rajoy no se habría encontrado con un partido a su izquierda como Ciudadanos, sino uno a su derecha que hubiera defendido valores y criterios liberal-conservadores para racionalizar y modernizar una España que es inviable tal como está. Valores y principios tan olvidados por Rajoy como despreciados por su entorno. No tuvo Aguirre el valor de hacerlo y ese es su peor pecado. Aún peor que su imperdonable falta de perspicacia y criterio a la hora de elegir a sus colaboradores. Ahora se va arrollada por la corrupción ajena por el interés coincidente en que la odiada pieza fuera por fin abatida.

Rajoy no estuvo menos rodeado de corrupción. Los inmensos escándalos del PSOE o el dinero de sangre venezolana de Podemos no trascienden porque Rajoy y su vicepresidenta entregaron las televisiones a un duopolio que se encarga de fomentar el proyecto totalitario izquierdista como la amenaza que ha de mantener a Rajoy como perenne mal menor. Con unos periodistas adocenados y alimentados por los bonzos del duopolio que se encargan que se hable mucho de Aguirre, pero nada de lo que trama Mauricio Casals, ese amigo de la vicepresidenta, tan cerca él de La Moncloa y tan lejos de Dios.

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