Gabriel Albiac

Pacto de Estado

Las palabras no parecen# servir ya más que para vehicular odio y exabrupto

Gabriel Albiac

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Uno imagina fácilmente a Heinrich Himmler tratando de «sinvergüenza» a Otto Wels en la sesión parlamentaria de marzo de 1933, que abrió las puertas del poder absoluto a Adolf Hitler . Es más peregrino fantasear que el dirigente de las SS hubiera tenido la ocurrencia de tratar al socialdemócrata de « fascista ». Hubiera sido un hilarante mundo al revés. Otto Wels fue depurado y murió en el exilio. A Himmler, sólo el suicidio lo salvó de la pena de muerte por sus crímenes contra la humanidad. Por aquel tiempo, las palabras significaban algo. Todavía.

Ana Gabriel llamó en su día « sinvergüenza » -y alguna cosa peor sonante- al diputado Coscubiela . Va en su estilo. Pero que una «nacional(ista)-socialista» interpele como « facha » a un político forjado en el socialdemócrata PSUC de los años setenta, tiene valor de síntoma. Síntoma de esa corrupción mayor de la España actual que es la corrupción del lenguaje . Las palabras han dejado de significar nada regulable. Y no parecen servir ya más que para vehicular odio y exabrupto . En política, sobre todo; pero no sólo en ella. Más que palabras, rebuznos.

Rechacemos ese bestial fascismo cotidiano. Y meditemos lo que decimos. El triunfo de un golpe de Estado se está jugando . Su primera fase, la jurídico-institucional, se completó en la doble votación que ha postulado para Cataluña una «constitución» alternativa. La segunda fase, la abre la agitación de hoy en las calles de Barcelona. Conviene definir a sus actores. Para lo cual, poco aportan las grandes metáforas de «izquierda» y «derecha», que siguen dividiendo a quienes, en España, están -estamos- moralmente obligados a resistir.

El golpe se sustenta sobre dos soportes: PdeCat y CUP . La vieja Convergencia habla la lengua de un rancio reaccionarismo basado en corrupción y robo. CUP es la versión paradójica hoy del discurso totalitario puro y duro: amalgama tesis patrióticas, transparentemente hitlerianas, con flamígeros discursos insurreccionales a mitad de camino entre José Stalin y Cristina Kirchner . Pero ninguna incompatibilidad separa a Puigdemont y Ana Gabriel. Porque ningún factor de racionalidad guía sus actos. No hay razón que pueda cantar las excelencias de la ruina colectiva. Entre los hijos de Pujol y las criaturas de Gabriel, el lazo es más primario: el que ellos sueñan ser el de sangre, destino y tierra; y que es sólo el de las emociones, cuyo nombre en política es delirio.

Quienes quieran hacer frente a esa alucinación a dúo, deben operar a la inversa. Ni una pasión, ni un afecto. Sólo racionalidad política. Frente a una sedición como la que ya ha comenzado, ni PSOE, ni C’s, ni PP, pueden hacer esgrima de salón ni finta retórica. «Izquierda» y «derecha» no significan ya nada, cuando lo que está en juego es la destrucción de la nación, la voladura de ese sujeto constituyente en función del cual derecha e izquierda existen. Sólo un gran pacto de Estado puede salvar a España. Para quienes lo impidan, la historia reservará páginas crueles.

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