Ignacio Camacho

Omaha

No pasa un día sin que alguien cercano les diga que va a votar a Cs harto de que el nacionalismo le escupa en la cara

Ignacio Camacho

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No entienden nada. Muchos cuadros y militantes del PP viven entre el desconcierto y la alarma, estupefactos ante la cachaza con que su presidente se toma el giro de la situación catalana. No pasa día sin que algún amigo o familiar les diga que piensa cambiar su voto a Ciudadanos porque está harto de que los nacionalistas le escupan a la cara. Los cargos electos en autonomías y ayuntamientos se sienten como la oleada de desembarco en Playa Omaha , sabedores de que les va a tocar a ellos recibir la primera descarga. Algunos han recibido ofertas para mudarse de lista, y otros empiezan ellos mismos a tantearlas. En el partido les van a mandar que se lancen a predicar las bondades del Presupuesto en cuanto se apruebe esta semana, pero la gente les pregunta por Cataluña, por el 155, por TV3, por los insultos supremacistas de Torra, y tienen que soltar un argumentario de circunstancias. Viven con sensación de acorralamiento, sin entender qué pasa ni por qué «Madrid» no reacciona ante la evidencia de una desbandada.

Sin embargo Madrid —es decir, Moncloa, es decir, Rajoy— espera, como siempre, impertérrito. No va a mover un dedo antes de que se vote la ley presupuestaria, la clave de la continuidad del Gobierno. La estrategia esencial sigue siendo la de dejar que actúe el Supremo; que Llarena impida ejercer a los consejeros huidos o encarcelados y la Fiscalía vigile los movimientos del resto. Con suerte, y acaso con silencioso oficioso diplomático, la justicia alemana puede acabar entregando a Puigdemont y el estado de opinión pública cambie cuando lo vea preso. Impera la idea de ganar tiempo aunque Rivera pise el acelerador con el turbo puesto.

En el marianismo vuelve a imponerse un cierto pensamiento ilusorio sobre Torra, al que atribuye una encubierta intención de ejercer por su cuenta. La doctrina oficiosa del entorno gubernamental cree que sobreactúa con gestos provocadores para mantener las apariencias, y que se irá distanciando poco a poco de su mentor hasta sacudirse la tutela. También existe una relativa confianza en el pragmatismo de Esquerra, soslayando el precedente de los clamorosos engaños de Junqueras . El PSOE de Sánchez , necesitado asimismo de defenderse de la presión de Cs, se ha ofrecido como muleta y el alto empresariado de Cataluña envía mensajes de calma aunque en privado muchos de sus directivos se echan las manos a la cabeza.

Pero las bases del PP, los pedestales de la organización, se consumen en una impaciencia flagrante. Notan cómo la bravata independentista solivianta la calle, que harta de afrentas pide firmeza y la encuentra en el discurso de sus rivales . Los reproches de bisoñez o incongruencia contra Ciudadanos no funcionan; el electorado del centro derecha exige medidas categóricas, tajantes. Y aunque en el fondo sepa que el Gobierno acabó frenando el golpe, no le va a perdonar que vuelva a llegar tarde.

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