Luis Ventoso

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Está contra la UE, los empresarios, la prensa, los católicos y la democracia

Luis Ventoso
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No le gusta la UE. Lo proclamó esta semana bizarro en el Congreso. No le gusta la organización que convirtió en socios a países que se acababan de despanzurrar en las dos guerras más letales de la historia. Al presentador de la televisión iraní no le pone la organización que ha costeado el maravilloso salto en infraestructuras de España, que ha auspiciado millones de iniciativas culturales y educativas, que nos ha traído derechos medioambientales, económicos y laborales.

No le gustan los católicos, aunque el 70% de sus compatriotas se declaren como tales, y ha lanzado una extemporánea campaña contra la misa televisada, cortina de humo para llamar la atención y enmascarar su indigencia de propuestas.

No le gusta la libertad de prensa.

Quien no se siente en la alfombra para asentir ante el oráculo es un fascista, o un pesebrista cobardón. Al disidente hay que machacarlo en Twitter, donde difamar es gratis, y si toca acosar su domicilio, lo llamamos «escrache» y tampoco pasa nada. No le gusta la democracia. Le asoman los tics totalitarios, el anhelo de prohibir.

No le gusta la economía. Tras su apariencia profesoral late el analfabetismo numérico. Divaga sin asumir que las políticas se asientan sobre unas matemáticas. De un programa electoral a otro, las partidas que proponía para gasto social oscilaron en 30.000 millones. Rigor cero. No le gustan los empresarios, ve mejor a los okupas. Empresarios, ufff, gente sospechosa, pringada en los manejos de la casta, ahora rebautizada como «la trama», toda vez que el epíteto había dejado de funcionar al devenir ellos mismos en establishment.

No le gusta su país. Todo lo español es una mierda. Tal es la síntesis que emana de su discurso. Sí le gusta tender una alfombra roja para que avance el golpismo separatista. Dar oxígeno a un nacionalismo retrógrado y xenófobo es a su juicio «progresista».

No le gustan las familias trabajadoras, parejas de gilis que madrugan mucho, llevan vidas regladas y sacan a sus hijos adelante. El prefiere la adolescencia perpetua, jugar a joven con 38 tacos; comentar botellín en mano el último cartucho de una serie americana, McDonald’s cultural que considera el summum de la modernidad.

Sí le gusta el parné de dos de los regímenes más turbios del planeta, uno que ahorca a los gays en las grúas y otro que sume a su pueblo en la privación y la violencia. Sí le gusta el nepotismo y colocar a la nueva novia de número dos. Sí le gusta el comunismo, que nunca ha traído más que miseria, represión y hasta genocidios. Sí le gusta su ego desbordado y llamar la atención para chupar cámara (con el Rey en mangas de camisa y con la farándula de smoking). Sí le gusta estafar a las personas vapuleadas por la crisis, ofreciéndoles como salvación una demagogia falsaria y cursi, gas programático trufado de utopías infantiles.

Pero está ahí porque los dueños de unas televisiones lo han incubado (por cortesía del actual Gobierno, por cierto).

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